viernes, 31 de julio de 2009

¿Bello y desagradable? Del sentido utilitario (en la estética musical) de la división kantiana entre bello, agradable y bueno



Evgeni Nesterenko, "Black Eyes", en: Russian Troika (Melodiya, 1997).

Vamos al teatro, tomamos juntos un café, hablamos de tantas cosas simples pero importantes, la miro sonreír y pienso que es muy bella. Sin embargo, de ninguna manera puedo separar ese juicio de gusto del interés y el agrado que ella produce en mí. Se trata de asuntos bien distintos, me diría Kant, pero ¿de qué puede servirme entonces hacer tales distinciones y, más aún, pretender un juicio de gusto puro, independiente de todo aquello que pareciera acompañarle por necesidad?

Es conocido que, en los primeros parágrafos de su Crítica de la facultad de juzgar, Kant pretende separar al juicio de gusto y dotarlo de total autonomía frente a sus posibles acompañantes, tanto los sensibles como los conceptuales. Lo que le resulta extraño a la sensibilidad de nuestro tiempo -y más tras la crítica hegeliana del formalismo trascendental- es su insistencia en que el juicio de gusto sea visto como algo puro, especialmente en lo que atañe a su relación con el agrado. ¿Cómo puedo considerar que es bello algo que no me interesa o que me desagrada? ¿Para qué?

En los parágrafos 2 y 3 Kant sostiene que "cuando se pregunta si algo es bello, no se quiere saber si a nosotros o a cualquiera le va en algo la existencia de la cosa, (...) sino cómo la juzgamos en la mera contemplación", es decir, si el objeto es bello o no, independientemente de que nos interese, e incluso de que nos parezca bueno: "Una obligación de gozar es un desatino manifiesto. Y también tiene que serlo una pretextada obligación de acciones que tengan por meta suya no más que el gozo". La representación (propia del entendimiento) que hay en el juicio de gusto respecto del sentimiento de placer o displacer, debe ser vista como ajena a lo agradable y a lo bueno, en los que la relación con el sentimiento de placer -afirma Kant- es de otra índole pues no es tan libre e inmediata como en el mero juicio de gusto.

En el caso de la música, siguiendo el sentido de los ejemplos que da Kant, podría decir que la música de Wagner no me interesa, pero a pesar de ello se me seguiría demandando que diga si la considero bella o no. Del mismo modo que podría agradarme una tonada "pegajosa" que sin embargo estime claramente como no bella. La importancia de distinguir lo bello de lo agradable radica en que, además de ocupar su lugar en el proyecto crítico, nos permite comprender con claridad las distintas relaciones que cualquier sujeto empírico puede entablar con su sentimiento de placer o displacer, para así dilucidar aquello que se atribuya equivocadamente al gusto. Por ejemplo, si yo le increpara a alguien que le guste una canción cuya pobreza en armonía y letra evidenciaran con toda claridad que no es bella ni buena, éste me podría replicar con toda justicia que el placer que siente por dicha canción es por el deleite que le produce su melodía, cosa distinta a juzgar la belleza de su composición (juicio de gusto) o la corrección de su letra (juicio lógico), y mucho menos si su "concepto" es moralmente bueno o no. O si digo que me gusta una canción cantada en ruso, mal haría alguien en juzgarme porque no entiendo lo que ésta dice, pues el juicio de gusto (decir que es bella) no depende de los conceptos que llevan consigo las palabras y que corresponden a otro tipo de juicios: los lógicos.























Por otro lado está el tema de la comunicabilidad y la consiguiente universalidad del juicio de gusto; esto es, el "momento cuantitativo" del mismo (parágrafos 6 al 9). La distinción precedente alcanza también a este momento en tanto que permite garantizar la universalidad del juicio de gusto. Si Hume dice que "nunca convencerás a un hombre, que no esté acostumbrado a la música italiana, y que no tenga oído para seguir sus intrincaciones, que una tonada escocesa no es preferible"*, Kant nos aclara que eso puede referirse con toda exactitud al interés que es propio del agrado (§ 3), precisamente porque es subjetivo, pero no propiamente al gusto, que sí puede universalizarse. En efecto, independientemente de todo condicionamiento de su contexto histórico, social o educacional, ese escocés podría considerar más bella una sinfonía de Mozart o un huayno del Perú sin necesidad de haber acostumbrado su oído a ellas o de tenerlo demasiado entrenado para comprenderlas. En todo caso, los conflictos generacionales a veces son más reales que los geográficos.

Hay que decir, por último, que la división kantiana es sólo un ejercicio analítico, útil para evitar dogmatismos teóricos y prácticos, pero que no pretende presentar una división que se dé como tal en la realidad. Además, evidentemente, esta división no tiene que ser aplicable en todas las instancias del gusto. La mirada, la voz, la sonrisa de esa mujer me dicen claramente que mi gusto por ella está necesariamente acompañado del interés (en su existencia) y el agrado que tengo al estar junto a ella. Y son precisamente esos instantes de goce estético pleno los que uno quisiera -ante la falta de eternidad que les es propia- que se repitan de idéntica manera una y otra vez. Uno quisiera... pero sabe que no será así.

* Hume, David, “The Sceptic”, en: The Philosophical Works of David Hume, edición de T.H. Green y T.H. Grose, vol. 3, Londres: Longman; Green, 1874-75, p. 217.

5 comentarios:

  1. Instructivas digresiones. Ayer publico un texto editorial generoso para pensarlo eloy jauregui sobre las arrogantes expresiones de MVLL y la elite cultural, hace unos meses colgue un texto en mi blogg titulado todo no es ciencia, y ahora tu alecciones pero no para censurar y estimo que ahi esta la frontera. Bien Arturo.

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  2. Si evadimos los juicios morales que el asesinato trae, ¿no sería el ataque a las Torres Gemelas algo bello pero desagradable? ya que a nadie en su “sano juicio” le agradaría ver la destrucción de una excelente edificación, tan imponente y “sólida”. Pero la originalidad, la sorpresa y la eficacia del plan de destrucción podría considerarse algo bello (Stockhaussen dijo que eso fue la mayor obra de arte, si mal no recuerdo)

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  3. Entonces, en el ejemplo que pones acerca de la pobreza armónica de una canción, para explicar lo que es el deleite como separado de lo bello kantiano, el oyente requeriría los conocimientos técnicos necesarios para juzgar la belleza compositiva de algún autor en particular. Por ejemplo la música de Varese, que no usa armonías tradicionales (basado en el sistema temperado) y más bien presta mayor atención a los otros elementos musicales fuera de la altura (frecuencia) y la barra de compás.

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  4. Respecto a si es necesario un conocimiento técnico para juzgar la belleza, pues en parte, en una parte significativa: no. Para Kant la facultad de juzgar empieza por ser algo más elemental, algo más próximo al oído (la capacidad sensible) y al entendimiento (la capacidad discriminatoria) que al concepto, que es donde se ubica más bien toda aproximación que señale una "necesidad" de conocimiento técnico alguno. Eso porque el juicio de gusto no es propiamente conocimiento ni aporta nada sustancial al mismo. Ahora bien, eso no significa que los conocimientos técnicos, que empiezan justamente en la sensibilidad y en el entendimiento, no ayuden a apreciar la belleza de una música. Sin duda alguna pueden hacerlo, sobremanera si se trata de una armonía dispuesta conceptualmente, como la de la música atonal o la del "ruidismo". Lo único que se niega es el carácter exclusivo de ello. Así, si una persona dice que la música de Varese no es bella, aun sin conocer su peculiar sistema de armonización, eso es perfectamente válido, como lo puede ser también el que la juzgue bella quien conoce su técnica. La única diferencia es que quien la conoce tiene evidentemente más elementos formales para identificarla como música y no, por ejemplo, como simple ruido.

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  5. Probablemente sea cierto que a nadie "en su sano juicio" se le ocurra que tal destrucción pueda ser agradable, pero quizá también tal atentado sea más próximo a la experiencia de lo sublime que a la de lo bello. De cualquier modo, pensando por ejemplo en el asesinato como una de las bellas artes (Quincey), la apreciación de Kant, lejos de moralismos estéticos, nos permite comprender y ubicar en su lugar ese tipo de juicios. Que sean posibles nos debe llevar a pensarlos, y eso permite el esquema "fenomenológico" de Kant. Lo que podría discutirse es si la originalidad, la sorpresa y la eficacia son categorías de lo bello... ahí podría quizá acusarse una confusión por parte de Stockhausen - nuevamente, sin moralismos. Por eso me parece también valiosa la estética kantiana: porque distingue muy bien el ámbito del arte y el de la moral, algo que no es tan fácil con Schelling, Hegel o Adorno. Eso nos permite valorar debidamente a un Sade, por ejemplo, o un "Sweeney Todd" (Tim Burton), que pueden ser precisamente bellos aunque desagradables; pero claro, para Kant no habría modo de evadir los juicios morales cuando no se trata del ámbito del arte sino del de la realidad - y ese es el caso del atentado que describes. Confundirlos, como hace Stockhausen, sería el resultado de una falta de análisis "crítico" (discriminador). Lo que Kant no aceptaría, en ese sentido, sería estetizar todo lo humano, lo cual termina por separarlo también de Nietzsche. Una estetización similar es la que, para ser justos, subyace también al comentario de Stockhausen. Lo que nos previene Kant es que, de criticarlo, no lo hagamos con el argumento de que algo tan desagradable y carente de moral no puede ser tomado por bello; como si lo bello tuviese por fuerza que ser bueno (Platón).

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