En el parágrafo 75 de su Filosofía del arte, cuando concluye la parte general y pasa al análisis especial de las artes "figurativas" (música, pintura y escultura), Schelling señala que le interesa observar por separado en cada una de ellas los dos aspectos entre los que se debaten las diversas potencias del arte: su materialidad y su idealidad. Es entonces, en su supuesta revaloración del arte musical, que afirma lo siguiente:
Sólo menciono históricamente que hasta ahora la música ha sido separada en general de las artes figurativas. Kant propone tres clases: discursivas, figurativas y el arte del juego de los sentimientos. Muy vago. Aquí la escultura y la pintura; allí la elocuencia y la poesía. Entre las de la tercera clase la música, lo cual es una interpretación enteramente subjetiva, casi como la de Sulzer, quien afirma que la finalidad de la música es la de despertar el sentimiento, lo que se aplica a muchas otras cosas, como a conjuntos de olores o gustos.
A decir verdad, hasta ahora yo había considerado que los malentendidos sobre la estética musical de Kant se debían fundamentalmente a Hegel, y quizá así sea por el alcance de su filosofía en la que critica severamente el formalismo estético de Kant, pero antes de éste debe considerarse el influjo no menos importante de la aproximación también idealista de Schelling. Así, por ejemplo, si un estudioso de Kant como Wheaterston (1996*) puede sostener que "el análisis kantiano de la música es claramente inadecuado" porque toma "como punto de partida un inicial examen trascendental y se dirige hacia una concepción de la música fundamentalmente personal y poco plausible", es porque Schelling tuvo éxito en instalar en la apreciación de la estética musical de Kant -incluso en la de los propios kantianos- la idea de que no tenía "buen oído", que fue demasiado superfluo y arbitrario en su breve y "vago" análisis de la música; es decir, que no tenía un oído ideal.
En efecto, Kant no tenía un oído ideal, porque para él este órgano es sencillamente un medio sensorial (físico) y no uno conceptual (véase por ejemplo su Antropología en sentido pragmático), pero ¿acaso quien pretende llegar a una verdad intelectual a través de la música tiene realmente buen oído? ¿No será -como afirma Nietzsche- que los idealistas tienen orejas de burro en lugar de oídos finos, y que no saben bailar?
En efecto, Kant no tenía un oído ideal, porque para él este órgano es sencillamente un medio sensorial (físico) y no uno conceptual (véase por ejemplo su Antropología en sentido pragmático), pero ¿acaso quien pretende llegar a una verdad intelectual a través de la música tiene realmente buen oído? ¿No será -como afirma Nietzsche- que los idealistas tienen orejas de burro en lugar de oídos finos, y que no saben bailar?
Schelling simplifica deliberadamente la división kantiana de las artes para tratar de evidenciar (como si de una demostración a su favor se tratase) la especificidad y al mismo tiempo la completud de su propia división y jerarquía; a saber, la división entre artes figurativas y artes discursivas, en la cual la música es "figurativa" en tanto representación finita de lo infinito, de lo absoluto. Desde ese punto de vista, claro, la división kantiana carece de una Idea rectora que la determine por completo y que guíe la jerarquía de unas artes sobre otras con una unidad sistemática total, pero ¿es ello un descuido del prolijo filósofo crítico? Schelling y algunos kantianos, desde su idealismo, responden que sí, pero en las pocas menciones que Kant hace de la música es evidente el total empirismo con que aprecia al arte musical, y es tan coherente en eso, que no podría considerarse un error, sino una opción deliberada, sobre todo si a la luz del criticismo es insostenible eso de que la música tiene unas "alas invisibles" que de algún modo misterioso la llevan a la Idea (Schelling). El prejuicio idealista consiste en que precisamente la opción que toma Kant respecto de la música es una opción negada. Del mismo modo como la música no puede ser fundamentalmente diversión, igualmente no se puede definir su esencia como una enteramente sensible, ese "error" es una vaguedad porque no precisa la naturaleza ideal de su esencia, la ignora o descuida por no darle la importancia objetiva que tiene. De allí que el formalismo kantiano sea más bien un modo de preservar la subjetividad empírica y su juicio de gusto, y que se le acuse de hacer prevalecer su propio subjetivismo. Para el idealista es una necedad, una insensatez o una ignorancia desconocer el sustrato ideal que une todo. Kant mantiene ese idealismo respecto de la moral, pero no con las artes y en particular con la música.
El error de Sulzer en todo caso sería un error de imprecisión, pero sólo eso. Se hubiese fácilmente corregido especificando -como sí lo hace Kant- que se trata, en cuanto a la música, de sensaciones sonoras. Sin embargo, lo que realmente le molesta a Schelling no es esa vaguedad, sino el hecho mismo de circunscribir a la música dentro del ámbito de lo sensible; separarla de lo conceptual y no entender la "figuración" también en su presunto carácter ideal. En ese punto es donde en verdad se manifiesta toda su diferencia con Kant respecto de la música. Así, el "error" de Kant es en definitiva el de considerar a la música fundamentalmente como un "juego de bellas sensaciones sonoras". Esa definición formal -muy cercana por cierto al gusto del clasicismo musical, i.e. Mozart- se aleja en efecto del impulso idealista que todo lo somete a los contenidos de la razón o del saber absoluto, pero por ello mismo se acerca a un vitalismo que considera a la música valiosa por los motivos opuestos a los del idealista y que más bien considera a su revaloración de la música como un menosprecio del poder vital de la misma. El juego y la sensación que tiene el sonido, cuando está ordenado en una forma bella (una composición que la haga entendible como arte para cualquier hombre, incluso el más sencillo de todos), son lo que más acerca a la música con la pureza elemental -y no conceptual- de la vida misma.
Música y vitalidad: esa es también una deuda nuestra con Kant. Aunque al modo fino del gusto clásico (clasicista), y claro, siempre que "debía" hacerlo, Kant sí sabía bailar.
* Weatherston, Martin, “Kant’s Assessment of Music in the Critique of Judgment”, en: British Journal of Aesthetics, Vol. 36 (1996), p. 63.
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