domingo, 27 de marzo de 2011

La loca... la loca hora de "Betito". Sobre la comedia como instrumento político



La hora loca es como comúnmente se llama al que es planificado para ser el momento más divertido y desenfadado de una fiesta, pero es también el nombre que Efraín Aguilar —popular productor televisivo, más conocido como "Betito"— le ha puesto al semanario de humor que dirige y que tiene como editor a Carlos Sánchez Luna Victoria. El primer número fue publicado el pasado jueves 17 de febrero, en plena campaña política por las elecciones presidenciales en el Perú. Para nadie —en Lima, al menos— es un secreto que "Betito" es un partidario incondicional del candidato Castañeda y que fue regidor de su partido en el Municipio de Lima. No debiera por lo tanto sorprender que esta publicación suya esté políticamente sesgada, pero el hecho da que pensar sobre los efectos del vínculo entre comedia y política.

El periodista Augusto Álvarez Rodrich ha dicho al respecto que "Las revistas de humor están hechas para no caerle simpáticas a los políticos. Pero cuando el humor dispara a un solo lado, deja de ser humor y se vuelve un instrumento de campaña política" (Revista "Domingo" del 06 de marzo de 2011, diario La República). Es evidente que la parcialización política del humorista afecta en algo su vis cómica, pero en qué consiste esa afectación no es algo que sea igualmente claro. Pongamos otros ejemplos: veo una caricatura de Hitler como la que hace Chaplin en El gran dictador y me causa mucha gracia, pero me imagino que a un neonazi debe parecerle un despreciable humor judío que no le genera el más mínimo asomo de sonrisa. Hay un componente subjetivo que es necesario recordar siempre: yo estoy bien dispuesto a burlarme de Hitler; un neonazi, en cambio, lo más probable es que no lo esté. Si por otra parte veo una caricatura en la que se burlan macabramente de los judíos, es posible que la encuentre divertida y me ría porque estoy también dispuesto a aceptar el "humor negro", y sin embargo no faltaría el rabino —como de hecho ocurre cada tanto— que se rasgaría las vestiduras recordándonos el Holocausto. Ejemplos así abundan en nuestra vida cotidiana. En lo que hay que reparar es en aquello que en cada caso dispone a la risa a unos y a otros no. Se trata de aspectos muy variables, es cierto, pero medianamente determinables, como la necesidad de creencias dogmáticas, la comprensión de distintos códigos humorísticos, nuestra relación con el objeto de burla, la pérdida del contexto original (que bien puede hacer que se pierda la gracia o que adquiera una que no tenía), etc. Y hay que reparar también en que difícilmente la comedia política puede evitar tener algún tipo de sesgo, aunque sea inconsciente. No es tan cierto entonces que el humor —así, en general— deje de ser tal si se utiliza como instrumento político. Algo más complejo ocurre en el caso de La hora loca para que nos deje de causar gracia, y eso tiene que ver con las diferencias entre los distintos tipos de sesgo político y sus distintos grados.

En lo fundamental, puede ser que el sesgo sea negativo o positivo. No me refiero a criterios de valor, sino a si la comedia implica un sesgo crítico o si es más bien propagandística para determinados intereses. La diferencia, desde luego, no es abismal: un humor condescendiente puede ser interpretado como una carencia de agudeza crítica pero también como una misión partidaria. La claridad de los márgenes depende del caso particular. Un ejemplo de sesgo negativo lo encontramos en las caricaturas de Carlos Tovar, "Carlín", que en esta campaña electoral ha ironizado con todos los principales candidatos presidenciales:

Con Alejandro Toledo,

Fuente: La República 18/03/2011

con Ollanta Humala,

Fuente: La República 24/03/2011

con Keiko Fujimori,

Fuente: La República 17/03/2011

con Luis Castañeda

Fuente: La República 22/03/2011

y con Pedro Pablo Kuczynski

Fuente: La República 27/03/2011

En la pasada campaña municipal por Lima sí se evidenció más el sesgo de "Carlín". Se burlaba de Lourdes Flores y de sus aliados (el alcalde Castañeda y el presidente García) pero no de Susana Villarán. Sin embargo, como se ha advertido, ese sesgo lo es por omisión y, eventualmente, puede ser roto, como cuando ironizó sobre la ruptura de Villarán con sus anteriores aliados:

Fuente: La República 16/12/2010

La ventaja de este sesgo frente al otro es su mayor grado de autonomía, lo que sin duda es percibido como una virtud del humorista, pero de todos modos esa autonomía tiene un límite. No he visto, por ejemplo, que "Carlín" se burle de la idea de democracia o de los derechos humanos, de la Teología de la liberación o de otros temas o personajes con los que simpatiza. Pero eso es lo normal. Uno puede cambiar con el tiempo sus creencias más fundamentales (cambio de paradigma, le dicen en la ciencia), pero en un momento determinado tiene necesariamente algunas creencias muy básicas que marcan el límite de aquello frente a lo cual puede tomar distancia, aunque sea en clave cómica. E incluso esas creencias toma tiempo y esfuerzo cambiarlas radicalmente: uno prefiere cambios moderados y sólo suele aceptar uno en los fundamentos de lo que cree cuando no hay otra alternativa y el viejo edificio de creencias está en pleno desmoronamiento. El sesgo negativo es por lo tanto inevitable en todo cómico, aunque ciertamente se agradece cuando éste hace uso de su autonomía lo más que puede. Y en ese punto la comedia, por su levedad, permite una apertura sobre muchos temas que no se tiene cuando se les aborda seriamente.

El sesgo positivo, en cambio, no tiende a abrirse como el negativo, sino que es restrictivo con aquello a lo que quiere servir de propaganda. Ese es el caso del semanario de "Betito". En La hora loca vemos que el único candidato que aparece con su símbolo es Castañeda. Él aparece claramente distinguido de los demás, siempre ecuánime y virtuoso. Puesta en esos términos, la contradicción irónica no funciona. Cierto atisbo de broma sobre el candidato Castañeda puede percibirse en la página cinco del segundo número, donde lo coloca como el constructor de la piscina más grande del Perú, pero esa exageración es claramente positiva, carente de toda mordacidad, especialmente en contraste con los personajes de García y Toledo, ebrios, intentando llenar la piscina con vino. El problema, pues, está en las contradicciones planteadas. Tiene razón Nicolás Yerovi cuando afirma que "la ironía no marcha cuando es partidirizada" (Revista "Domingo" del 06 de marzo de 2011). Esta afirmación es más precisa que la de Álvarez Rodrich.

¿En qué momento entonces el semanario de "Betito" deja de ser cómico? Cuando al candidato Castañeda se le coloca en el mismo seriamente. Claro, la "hora loca" funciona para todos menos para él. Eso es lo cómicamente torpe y de mal gusto; puesto que, así fuese Castañeda su héroe cómico, éste no debiera aparecer libre de la chanza. Por eso mismo los héroes o antihéroes de las comedias suelen ser increíblemente torpes y su heroicidad les viene únicamente por su buena fortuna o en medio de una confusión generalizada. Ahora bien, hay otro aspecto que también afecta la comicidad del semanario en cuestión: su apelación a los clichés más burdos y a la broma poco exigente (tanto para el caricaturista como para el lector). Así, por ejemplo, ver a un travestido candidato Toledo al frente de un corso de homosexuales, es realmente poco gracioso, independientemente de si el caricaturista puede ser criticado por homofóbico (lo que me parece que no se puede hacer pues el arte, aunque sea mal arte, no educa y debe ser separado de las valoraciones morales) o si con ello le hace el juego a las acusaciones eclesiásticas contra ese candidato por promover la unión civil entre homosexuales. El humor no puede depender demasiado de lo conceptual porque entonces pierde su comicidad, pero lo mismo ocurre si carece de la más mínima inteligencia. Y eso va de la mano con el uso aleccionador que se da a los textos: caricatura pobre, explicación moralista necesaria. Habría que decirle al señor Aguilar que eso asfixia al humor, aburre. No porque la comedia no pueda moralizar —bastaría con citar a un buen cómico como Aristófanes para darse cuenta de lo contrario—, sino porque eso debe estar dentro del mismo juego cómico, incluso implícitamente. Sé que, sin embargo, todo esto es como pedirle peras al olmo; si nunca "Betito" se ha caracterizado por un humor sutil y si llega al colmo de caricaturizar a los periodistas que critican la gestión de Castañeda como alcalde, con un texto al lado en el que pide a la prensa tratar a todos los candidatos por igual. El buen Pepo, que hizo con su Condorito un humor popular pero astuto, muy bien escrito y con buenos chistes, habría dibujado sobre esto un categórico ¡PLOP!

viernes, 18 de marzo de 2011

Metacrítica de algunos aspectos sintomáticos en la crítica de arte a propósito de El discurso del Rey



El crítico de cine Sebastián Pimentel, a propósito de la película El discurso del Rey de Tom Hooper, afirma que a "pesar de su aguda inmersión en el drama del monarca tartamudo, también es cierto que las cuotas de dolor se dosifican mucho, la comedia purga las aristas más ásperas y el relato no deja de sentirse algo reblandecido, entre la ligereza sofisticada y una hondura apenas entrevista" (Revista Somos Nº 1265, p. 16). Al parecer, esas son justamente las razones por las que califica al filme con tres de cinco estrellas. Un mínimo ejercicio de metacrítica permite observar que es una práctica recurrente entre los críticos de cine —acaso más que en los de otras artes— la de cuestionar lo que un artista hizo a partir de lo que supuestamente debería haber hecho. ¿Es esto válido? En principio toda crítica es hecha desde las propias espectativas y prejuicios; esto no puede ser evitado, pero si nos quedamos satisfechos con el consabido "de gustibus non est disputandum" estaríamos desatendiendo la pretensión de objetividad que tienen los juicios de gusto, incluyendo al ejercicio mismo de la crítica. Como la filosofía, más allá de sus deseos (entre los que podría estar un mundo del arte sin crítica), debe apegarse a lo que de hecho acontece en el mundo, y como aspira a la totalidad de cuanto puede ser conocido, no puede sino atender a los fundamentos de dicha pretensión de objetividad.

En el ejemplo citado, lo objetivo es que Hooper no opta por un drama desgarrador (un melodrama indio, por ejemplo, del tipo Mamá, no vendas mis muletas), sino que prefiere inyectarle cierta dosis de humor. Eso es especialmente claro en los cortes y movimientos de cámara cuando Bertie (Colin Firth) realiza los "peculiares" ejercicios de dicción de Mr. Logue (Geoffrey Rush), o en las frases irónicas de los tres personajes principales. No soy de los que creen que la intención expresa del artista deba prevalecer por sobre toda otra valoración, pero sí creo que hay que respetarla en lo que atañe a las prerrogativas de la obra misma. A uno pueden no gustarle las películas lentas, pero no puede criticar eso (es decir, convertir su desagrado subjetivo en juicio objetivo) si la película lo es deliberadamente — a menos, claro, que el director haya expresado que quería hacer una obra de acción y suspenso trepidantes; pero en ese caso lo que se criticaría sería la discordancia entre su intención y la obra realizada, pudiendo incluso valorarse la obra por sí sola. Lo mismo ocurre con El discurso del Rey: el director quiere que el drama sea contenido, un tanto oculto por la "ligereza sofisticada" de una institución monárquica cada vez más decorativa pero importante para su gente. Incluso podría ello relacionarse con el estoicismo obligatorio para todo miembro de la familia real y con el "espíritu" inglés. Al crítico no le gusta el humor inglés de la película inglesa, pero eso sólo habla de su propio mal gusto y de su poca perspicacia. Los críticos parecen haber heredado de los filósofos su mala vista (y su peor oído) respecto al valor de la comedia, que no es nada ligero, o, para decirlo mejor aún, que sugiere hondura en su superficialidad para el que sabe escuchar. Al crítico le hace falta una "hondura" más explícita, más en caída libre, pero no hay que confundir las necesidades personales con las de la película. Lo que me hubiese agradado ver en el ecran no sirve para sostener una crítica objetiva, sino, en todo caso, para apropiarme de ella y justificar una versión distinta (un remake).

Tema aparte son las estrellas que coloca el crítico. Hay que decir que, cuando las imágenes preciosistas ocupan en una revista de crítica de arte más espacio que el texto, se puede sospechar, por lo menos, que lo que ha venido a llamarse "crítica especializada" (y no estoy seguro que esa denominación sea un mérito ni un elogio) ha abdicado del valor conceptual de la palabra. Esto no sería tan grave si las imágenes tuviesen la carga crítica que a ellas mismas les es posible (aunque menor siempre), pero eso es difícil a través de un fotograma que no tiene —por su naturaleza— mayor distancia con la película a la que pertenece, porque su función es precisamente remitirnos a ella. Por otro lado, los efectos más visibles de esa renuncia son la abundancia de prejuicios o sentencias apresuradas que revelan escasa profundidad crítica (lo que llega a ser inintencionadamente irónico cuando se critica a una película por su falta de profundidad — lo que quiera que eso signifique rara vez lo explican), el uso de frases biensonantes pero extremadamente ambiguas e indeterminadas (frases vacías por dentro) y una mera referencialidad histórica (que a eso suele limitarse su "especialización") en lugar de un auténtico cuidado con los mecanismos perceptivos, la atención, los niveles discursivos, los intereses particulares de los espectadores, etc. Es cierto también que las revistas no especializadas y los periódicos requieren sólo de críticas al paso, con un muy escaso límite de palabras, pero eso no puede servir de excusa, pues bien podría el crítico utilizarlo para resaltar un único aspecto de la película y no para ofrecer una valoración general que no es posible hacer adecuadamente en esos términos.

Ahora bien, así como hay un consumidor de cine fácil, la crítica de cine también tiene un público cautivo de lectores fáciles de complacer. Entre ellos está quien tiene poco tiempo y legítimamente sólo quiere que el que sí puede ver todo le diga cuál película debe elegir para pasar bien su rato libre (para eso sirve perfectamente y hasta sobra la calificación por estrellas), y está también el asiduo al cine que necesita —vaya a saber uno por qué— darse ínfulas de intelectual, de erudito o de persona juiciosa a la que le ha sido encomendada la tarea de ver el cine de un modo privilegiado y distinto al de cualquier hijo de vecina. Pero el crítico especializado, a final de cuentas, trabaja de ello; por eso tampoco podemos mandarlo a la hoguera. Aunque no sea su único trabajo, tener que ver la cantidad de películas que hay en la cartelera comercial es ya bastante inversión de tiempo como para que encima olvidemos que tiene que ver a Kakovsky, Lerdman y varios otros cineastas que sólo ellos conocen y que les servirán para (mal)nutrir sus críticas con referencias eruditas. No, no hay que disparar sobre el crítico; cada quien sabe cómo gana su dinero y ningún psicólogo tiene el derecho de venir a explicarnos cómo así quien decía ser un duro adversario de las estrellitas como paradigma valorativo, terminó plenamente inmerso en ese modelo de crítica. Quizá el otro crítico, el más viejo que decía que esa presunta rebeldía no era más que un acto desesperado por llamar la atención y abrirse campo en el gremio, quizá ése tenía razón. En todo caso, nosotros nos seguimos resistiendo. El filósofo en nosotros se resiste.

jueves, 10 de marzo de 2011

Luza (1893-1978): Retrospectiva en Lima



"Luza (1893-1978)" es la retrospectiva que se exhibe actualmente en la Galería Germán Kruger Espantoso del ICPNA de Miraflores. La curaduría está a cargo de Carlos García Montero, sobrino-nieto del artista, que en los últimos años se ha dedicado a estudiar y preservar su obra, una de las más importantes del arte moderno peruano y, sin embargo, una de las más olvidadas.

Reynaldo Luza, limeño nacido en los Barrios Altos, fue un artista lúdico y multifacético. Sus obras, varias de las cuales han sido restauradas para esta muestra, incluyen en primer lugar caricaturas, dibujos y diseños de portada de las revistas peruanas Colónida (a cuyo grupo pertenecían también Valdelomar y Mariátegui), Variedades, Monos y monadas y el poemario Las voces múltiples (que fue una antología del mismo grupo Colónida) Luego, en la década de 1920, Luza dio el salto a Nueva York, donde se convirtió en diseñador de modas y en ilustrador de la revista Harper's Bazaar. La retrospectiva recoge dibujos suyos de esa revista, así como también de las revistas Vogue y Vanity Fair, en las que era asiduamente requerido. Uno de sus principales logros fue la introducción en la industria de la moda de los peculiares colores andinos, de los cuales caló especialmente el "cholapink", hoy denominado "shocking pink".


Exhibition du Gout de Paris
(1932-33)
Guitar player (1923),
Harper's Bazaar


Su contacto con el arte de vanguardia le sirvió también para desenvolverse como un brillante fotógrafo. Él tuvo a su cargo las primeras sesiones fotográficas en exteriores para Harper’s Bazaar. Asimismo grabó algunos videos, explorando con ellos los caminos de la vanguardia fílmica. Entre los que se han restaurado hasta ahora se pueden observar escenas de Nueva York, de su residencia en Mallorca y su visita a la Bauhaus en 1929 junto a la editora en jefe de Vogue en Alemania, Francesca van der Kley. Después de la Segunda Guerra Mundial, el modernismo del período de entreguerras perdió fuerza y Luza retornó a Lima, donde desarrolló su lado más "académico" a través de paisajes y retratos que también podemos apreciar en la muestra.


Los redactores del diario El Comercio han presentado la noticia de esta retrospectiva haciendo una comparación entre Luza y el fotógrafo Mario Testino. Resulta sorprendente cómo a los críticos les asalta a veces la más cruel carencia de recursos hermenéuticos, y tienen entonces que apelar a burdas referencias de su repertorio histórico (en este caso, no retornando a un referente antiguo, sino a la inversa), con lo cual, en lugar de llamar la atención hacia la obra misma, pervierten el gusto al convertirlo en puro esnobismo pseudointelectual (si Testino es fashion, entonces "el primer Testino" debe serlo también), lo que es enteramente ajeno al dominio de la percepción estética y al buen gusto.

La retrospectiva estará abierta hasta el 17 de abril próximo.