domingo, 30 de septiembre de 2012

Heidegger y el estatuto ontológico de la música (sumilla)



En noviembre próximo presentaré en la sección de estética y filosofía del arte del IV Congreso Iberoamericano de Filosofía una ponencia sobre Heidegger y la música. Para quien pueda estar interesado, comparto por ahora la sumilla de dicha participación. El texto completo forma parte de mi proyecto sobre la filosofía de la música en la modernidad; el mismo que afortunadamente estoy próximo a concluir ("sólo" me falta desarrollar los textos sobre Wittgenstein, Sartre y Merleau-Ponty).



Heidegger y el estatuto ontológico de la música
Arturo Rivas Seminario
Heidegger abordó filosóficamente a la poesía, la pintura y hasta la arquitectura, pero no a la música. Por eso mismo es poco conocido lo que pensaba de ella. C. F. von Weizsäcker observaba con acierto que la música apenas si está presente entre los escritos del filósofo. Sin embargo, como afirmaba H. W. Petzet, “sería erróneo deducir de allí que ella le fuera ajena”. A partir de determinados testimonios del propio Heidegger sobre la música de su tiempo y de su predilección por Mozart, Orff y Stravinski, la presente ponencia quiere resaltar cómo esos textos, a pesar de su brevedad, están cargados de una importante significación filosófica y nos aproximan de un modo peculiar a su enfoque sobre el arte en general y sobre la técnica en el arte moderno. Esto nos permitirá inscribirlo también en el panorama más amplio de la estética musical moderna, en particular contraste con la estética nietzscheana y con la de la Escuela de Frankfurt.

El texto que guía la concepción heideggeriana sobre la música es una carta que él dispuso para su publicación poco antes de morir, en la que se refiere a la música de Stravinski. En ella valora el sentido antiguo de la música, es decir, la mousiké griega que, además de no circunscribirse a su delimitación moderna (sólo sonido), se presenta como un don para el cual el músico se dispone como instrumento de la divinidad, de modo tal que no lo oculte. Allí empieza a prefigurarse un estatuto ontológico de la música que complementará en cartas a Hannah Arendt en las que, al referirse a la música de Orff, escribe sobre “la unidad originaria de gesto, danza y palabra”. Sin embargo, no se trata más de la antigua mousiké, lo que implicaría que ni la mejor música actual puede pretender un influjo sobre las condiciones sociales como el que tenía la música para los griegos, equiparándola en esa determinación con el pensar y el poetizar. En eso Heidegger se distancia de la pretensión política de cierta música moderna, tanto de la Gesamtkunstwerk wagneriana como de la vanguardia disonante que ensalza Adorno, manteniendo su distancia también con la autonomía y preeminencia que le da a la música Nietzsche por influjo de Schopenhauer. Por otro lado, mientras que la “nueva música” coloca en su núcleo la cuestión de la técnica, Heidegger privilegia al acontecimiento, que no duda en caracterizar una y otra vez como religioso, como cuando se refiere en uno de sus cursos a Mozart, pero no al modo del Dios cristiano, sino en la línea de una rememoración de la sensibilidad y el pensamiento pre-metafísico de los griegos.