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domingo, 2 de septiembre de 2018

La tristeza no tiene fin, la felicidad sí




En marzo de 1818, el filósofo que Borges no consideraba un pesimista, terminó la redacción de la que él mismo denominaba su obra capital: El mundo como voluntad y representación. En carta a su editor, Arthur Schopenhauer le decía haber concluido un libro que “será uno de aquellos que luego se convierten en fuente y ocasión de un centenar de otros libros”. Estaba en lo cierto, pero, para desgracia del editor que apenas logró vender unas cuantas decenas de ejemplares, tuvieron que pasar unos treinta años para que, ya en el final de su vida, Schopenhauer empezara a gozar de un prestigio que haría eco en pensadores y artistas como Tolstoi, Wagner, Nietzsche, Freud, Wittgenstein, Proust, Musil, Mahler, Schönberg, Prokofiev, Bergson, Mann, Einstein, Beckett, Borges, Cioran y, entre nosotros, González Prada. La demora se podría explicar porque su pensamiento era “demasiado moderno para ser clásico, demasiado clásico para ser moderno”, como afirmaba Clément Rosset. Su renombre con los artistas, por otra parte, se debe especialmente a la tercera sección de su obra, en la que expone su peculiar estética o metafísica de lo bello.

¿Cómo caracterizar a la estética de Schopenhauer? En 1811, cuando Wieland intentó disuadirlo de estudiar Filosofía, el joven hijo de la escritora Johanna Schopenhauer le respondió: “La vida es un asunto desagradable: he decidido pasarla reflexionando sobre ella”. Consecuentemente con tal declaración, su filosofía entera se entiende a partir del dolor del mundo y el absurdo de la existencia. “Alles Leben ist Leiden” (“toda vida es sufrimiento”), afirmaba. Sin embargo, tan desconsolada constatación no debía conducir al pesimismo, sino a la búsqueda creativa de una auténtica vía de redención. Allí tiene cabida, precisamente, la experiencia estética. Schopenhauer la concibe como una hora de recreo entre los tormentos de la existencia; como el carnaval que, según la conocida canción de Tom Jobim y Vinicius de Moraes (“A Felicidade”), es una gran ilusión que termina fugazmente para que el pobre vuelva a la tristeza de sus afanes cotidianos. Desde la Teoría Crítica, ese recurso a la fantasía probablemente sería visto como un consuelo fútil o un acto de escapismo frente a la realidad. Siguiendo a Schopenhauer (que era enemigo acérrimo del hegelianismo), ello sería un gran error, un exceso de confianza en la razón y en la voluntad individual, que conducen a la falta de lucidez. Porque lo que habitualmente consideramos como realidad efectiva es sólo una ilusión que nos oculta la verdadera realidad: la voluntad del mundo, que es irracional y ciega. Dicho en simple: no podemos lograr un conocimiento racional de aquel trasfondo último que, a lo más, podemos entender como voluntad. Por más que se argumente a favor de una tesis, eso sólo demuestra cuán comprometidos estamos con nuestra representación de la realidad; esto es, la voluntad que nos mueve y que está allende todos nuestros criterios, incluidos el tiempo y el espacio. El criticismo kantiano, que era una de las fuentes de Schopenhauer, impedía equivocadamente el acceso a la “cosa en sí” porque tampoco admitía realmente que ella se encontrase en los extramuros de la razón. En consecuencia, para Schopenhauer, no se salva del engaño quien cree conocer, sino quien contempla y crea bellas representaciones. Así pues, la experiencia estética se constituye como una vía privilegiada para trascender la ilusión de lo que los fenomenólogos llamamos “actitud natural” (propia de nuestra vida cotidiana, pero también de las ciencias empíricas) y acceder, por medio de genuinas representaciones, a la realidad que es esa voluntad originaria. Las artes tienen esa sublime función; sobre todo, la música, que logra ir más allá de la representación y se erige como expresión misma de la voluntad, moviéndonos a través del más puro sentimiento.

La experiencia estética –y el arte como su medio idóneo– nos libera del dolor del mundo sin hacernos ignorar el sinsentido último de la existencia. Para Schopenhauer, toda vida es sufrimiento porque la voluntad se presenta en los seres vivos como deseo. Vivir es querer satisfacer nuestras necesidades, que en el caso de los seres humanos van desde las biológicas hasta las espirituales. El problema con el deseo es que, siendo la voluntad ilimitada, nos dirige a objetos limitados. Satisfacemos nuestra hambre, pero al cabo de un tiempo ella vuelve a aparecer. En consecuencia, estamos siempre en busca de diversas formas de satisfacción (alimento, sexo, posesiones, conocimiento, etc.), errando una y otra vez porque nunca el deseo es enteramente satisfecho. Ahora bien, la misma voluntad nos ha dotado de conciencia, la cual, si bien puede profundizar nuestro dolor, también puede liberarnos de las cadenas del querer. Al entrar nuestra conciencia en un estado estético, sea por la belleza del arte o por la belleza natural, dejamos de querer y entramos en un estado de excepción, de catarsis mediante una contemplación desinteresada. Así podemos intuir la naturaleza más íntima de la realidad y se nos hace posible la verdadera felicidad sin tener que rebasar nuestra finitud.

Como se ve, habrían tenido razón Jobim y Moraes al cantar: “Tristeza não tem fim, felicidade sim”. La felicidad es finita. El dolor perdura. No obstante, esos fugaces momentos de felicidad plena son suficientes para colocarnos en una armonía tal con el mundo, que podemos afirmar, a pesar de todas sus pesadillas y todas sus miserias, y aunque ella carezca de sentido último, que la vida no es en absoluto un error.


miércoles, 11 de junio de 2014

Yashwant Buwa Joshi: El "rang" como elemento esencial de la música





Yashwant Buwa (o Yashwantbua) Joshi (1927-2012) fue un músico excepcional, uno de los mejores cantores del gayaki khayal de los gharanas (estilos musicales) de Gwalior y Agra, que vienen desde mediados de los siglos XVI y XIX, respectivamente. Su formación la inició en su natal Pune con Pandit Mirashi Buwa, maestro del estilo Gwalior. En 1950 se trasladó a Bombay, donde Pandit Jagannath Buwa Purohit "Gunidas" le enseño el estilo Agra y una filosofía de la música que llevó durante toda su carrera. Fue influenciado también por el gayaki de Gajanan Buwa Joshi y de Chhota Gandharva. Pasó casi toda su vida como profesor y sólo tuvo reconocimiento como intérprete a los sesenta años. Se le llamó entonces 'Buwa', que en Maharashtra significa "respetable caballero anciano". Destacando por la increíble vitalidad de sus actuaciones y por la rareza de su estilo, tradicional pero poco ortodoxo y más bien ecléctico, desde mediados de la década de 1990 empezó a realizar grabaciones comerciales y a ser galardonado con varios premios, entre ellos el premio estatal Maharashtra Gaurav Puraskar de 1993 y el premio de la Academia Sangeet Natak.


Su gayaki combinaba el romanticismo de los swaras (literalmente: tonos), que aportan belleza por sus posibilidades de ornamentación, con la disciplina del laya (tempo), logrando mehfils (pequeños conciertos) muy íntimos y de gran calidad. Se definía a sí mismo como un músico de la vieja escuela, conservador ya que mantuvo siempre su base en el estilo Gwalior y prefería taals (sistemas rítmicos) lentos que fueron antiguamente populares, como el Tilwada y el Jhumra (de 16 y 14 matras o beats, respectivamente, reemplazados luego por el Tintal y el Ektal), aunque tampoco optaba por el tipo ati-vilambit (muy lento). Tenía una razón para esos ritmos: así podía desarrollar sus khayals. "Khayal", en Urdu, significa "imaginación". Es un sistema de canto muy improvisado, que requiere cierto carácter pausado para lograr sofisticación. E incluso así, Yashwant Buwa ocasionalmente cantaba en otros sistemas como el Natyageet o el Bhajan.

Hasta su muerte en 2012 fue el último sobreviviente de los pioneros de la confluencia de los estilos Gwalior y Agra en el canto khayal. El 5 de junio de 2003, Yashwantbua Joshi le dio una breve entrevista a Deepak Raja sobre su vida y su concepción de la música. Sobre esto último dijo lo siguiente:

La filosofía de la música

Soy conservador, pero no ortodoxo. Tengo un fuerte fundamento establecido en el estilo de Gwalior, pero nunca fui prisionero de ese gharana. Busqué a todos los músicos cuyo estilo me atrajo y aprendí de ellos lo que pude. Jagannath Buwa me decía a menudo que el requisito básico de la música es la cualidad mágica llamada "Rang" [literalmente: color]. Como cualidad de la música, "Rang" trasciende las consideraciones de cualidad de voz, la gramática y la comunicación de rasa [el contenido emocional]. La reacción del público no es mi punto de referencia para validar mi música. No voy a sacrificar la dignidad de mi arte por un público maravillado. No voy, por ejemplo, a hacer un Thumree [estilo de música clásica ligera, popular en el siglo XIX, generalmente con tema de amor de alguna muchacha hacia Krishna y caracterizado por una gran flexibilidad] fuera de un Khayal, o empezar a cantar con mi cuerpo. Pero un artista no puede ser un mero científico. Si quiere dirigir un auditorio y también imponer respeto, tiene que encontrar el equilibrio delicado entre la santidad del arte y el placer de escuchar del auditorio. Si no puede hacer esto, puede entonces seguir siendo un profesor.

Mis grabaciones han estado en el mercado desde hace varios años. He estado llevando a cabo interpretaciones en la radio desde 1946. También se transmiten en otros dos programas nacionales de All India Radio. Y, por mucho tiempo, nadie se dio cuenta. En los últimos diez años, la gente de repente se dio cuenta que Yashwant Buwa también podía cantar. Hoy tengo admiradores no sólo en nuestro estado de Maharashtra, sino también en Calcuta, Delhi y algunas otras ciudades. Varias instituciones me han otorgado honores por mis servicios como profesor e intérprete. A los 75 años, todavía puedo celebrar un concierto de dos horas. No me arrepiento, pero si el reconocimiento hubiese venido cuando era más joven, la gente hubiera escuchado mejor música de mí.
 
El rang es, en la música clásica del norte de la India, la "definición" de esa vitalidad esencial que deviene, fluye en la música y en sus distintos géneros. Es ese "no sé qué" que Rousseau asociaba con la melodía, en contraposición con la armonía. No se equivocaba en la medida en que esa sensación está relacionada de un modo claro con el flujo temporal, pero tanto la melodía como la armonía son temporales, por lo que habría que añadir que no con la mera sucesión de sonidos, lo que sí puede determinarse sistemáticamente, al punto incluso de matematizarla y abstraerla de toda experiencia sensible, sino más bien con una sucesión de sensaciones, para la cual es también sumamente importante el ritmo, como lo advertía ya Descartes en su Compendio de Música, tratando de ver tanto su fuerza sensible como la posibilidad de matematización del mismo. A este carácter sensible se debe que su peso sea distinto: la intuición (sensible) hace que se le resalte como una cualidad esencial, tal como quería sostener Rousseau y como se da en nuestras experiencias musicales más cercanas. No algo distinto se señala cuando se dice que una música llega al alma, a la sangre o a la piel.

En la música popular, esta cualidad cobra formas variadas y, en todos los casos, es igualmente difícil de determinarla, a no ser con imágenes o nombres meramente metafóricos, o por analogía con otras experiencias sensoriales, mas no conceptualmente; es decir, no propiamente definirla. A pesar de ello, es inmediatamente reconocible cuando se da en la experiencia; esto es, en la intuitividad de la conciencia estética. Basta escuchar una tonada de Louis Armstrong para reconocer el swing y reaccionar adecuadamente (o no) frente a él, por ejemplo bailando. Y aunque el sonido de la trompeta de Chet Baker sea distinto, así como el ritmo, diferencia que en los bailes se refleja bien, de la música de éste también se dice que tiene swing. Desde luego que es más probable que se afirme que es cool, y no casualmente ese es el tipo de jazz en el que se le clasifica. Con frecuencia, la cualidad esencial es el mismo nombre del género o subgénero musical, o está en relación con él. De un buen músico de rock and roll se exclama: "He rocks!". Y el grupo Queen prometía: "We will rock you". En el metal aún se habla de roqueros y de roquear porque éste respondía a la pérdida de esa capacidad de golpe en el sonido del rock, ya fuese por costumbre o por popularización; de modo que se hizo necesario, por decir, que las rocas se volviesen metálicamente pesadas en aras de recuperar su cualidad esencial. Por su parte, el nombre 'salsa', que en sus inicios provocó la reacción de los intérpretes de la música afrocubana, que no veían la novedad (Tito Puente dijo que la única salsa que él conocía era la de sus espaguetis), evidentemente resalta el sabor de esta música, y lograr dar con su esencia es precisamente tener sabor o saoco, algo que más que estar vinculado a la belleza de un baile de salón o a unas "sábanas blancas", lo estaba con la dureza de la calle latina (y por eso apareció luego una reivindicativa 'salsa dura'). Esto sin pretender que a un género le corresponda una única cualidad esencial. Incluso, teniendo varias, lo común es que en su desarrollo histórico le dé más peso a una u otra y que de allí mismo surjan los subgéneros.

Igual ocurre con el buen músico de flamenco, que tiene duende. En la bossa nova, el término 'bossa' aglutina un conjunto de significados característicos de la cualidad a la que nos referimos: moda, estilo, instinto, maestría, talento; aunque quizás no haya sentimiento más fuertemente asociado a ella que esa intraducible saudade. El vals criollo peruano puede no tener el garbo que le dieron algunos de sus intérpretes, como Chabuca Granda, pero nunca puede dejar de tener criollismo. En todos estos y en otros casos, lo característico es la imprecisión o indeterminación de dicha cualidad que, sin embargo, se considera esencial. Los límites son muy abiertos; por ello el rang no está exclusivamente asociado con la música clásica india, en cuyo caso no se llamaría así un festival de música electrónica que se celebra cada año en ese mismo país.

Por eso mismo, Yashwant Buwa afirma que el rang no se limita o asegura mediante una particular cualidad de la voz: no es que corresponda a algunos timbres y no a otros, o a alguna tesitura bien delimitada, como se ha pretendido más en la tradición occidental (piénsese en la formalidad del bel canto). De igual modo no puede apresarle la gramática, a la que muchas veces, también en la poesía, se fuerza con tal de respetar la musicalidad. Y, curiosamente, añade que tampoco se limita a la comunicación de contenidos emocionales. Esto quiere decir que la comunicación de esta cualidad, del músico a su público, no se da con la simple incitación al goce. Lo único que hace falta para el goce, en términos generales, es la disposición para entrar al juego. Pero no todo partícipe del mismo es un buen jugador ni, menos aún, un maestro. La maestría en el arte requiere de algo más que de seguir reglas, pero no puede prescindirse totalmente de ellas, sobre todo en un arte tan técnico como la música. Igualmente, ella no puede prescindir de la comunicabilidad y del reconocimiento intersubjetivo, y sin embargo no puede depender enteramente de éste. Si esto ocurre, se dice del artista que se ha vendido, que busca complacer a sus consumidores y nada más. Independientemente de lo económico y lo comercial, lo que con ello se quiere decir es que el artista ha perdido el respeto por su propia singularidad, por aquello que precisamente lo hacía destacable. Hay un reconocimiento, pues, del respeto que el artista le debe a aquella esencialidad de la que depende su arte y a sí mismo como instrumento privilegiado de la misma. En los términos de Yashwant Buwa, se trata de lograr equilibrio en el respeto tanto de la santidad del arte como del placer que se genera en los oyentes. El oyente debe ser desafiado para que se genere también por su parte respeto. Acá hay varias dignidades en juego. Esto da pie a pensar en las raíces estéticas de la ética, así como en la relación entre una "moral estética" y una moral propiamente ética. Ese, no obstante, es un tema vasto que sólo sugeriré en esta ocasión, a falta de tiempo.

El tiempo es un curioso maestro que hace lo suyo de espaldas a la voluntad humana. Pero la música no va en contra del tiempo, sino que aprende a seguirlo, aun cuando eso signifique un desgaste que los cuerpos del instrumento y del músico no dejan de percibir. Yashwant Buwa Joshi reconocía que el tardío reconocimiento popular no le permitió mostrar su voz en el mejor de sus momentos. Sin embargo, y allí uno reconoce también al maestro, todo estaba bien.
 

martes, 8 de febrero de 2011

¿Adorno o Jobim? Felicidad de carnaval y nueva filosofía de la música (en torno a una pregunta retórica y un diálogo aporético)



Está de moda ensayar estéticas musicales contemporáneas a partir de las obras de Theodor W. Adorno. Un profesor me dice que en lugar de lo que hago debería basarme en su Filosofía de la nueva música. Eso es lo sensato. No entiende por qué me niego a hacer tal cosa y lo toma como arrogancia de mi parte. Le explico, por segunda vez, por qué me interesa partir de Kant (aunque haya escrito tan poco sobre música) y no de Adorno. Parece entenderme, pero insiste en que el modo responsable de abordar filosóficamente la música es como Adorno lo hizo; yo debería seguir esa línea, como lo está haciendo algún individuo por ahí cerca. (Silencio)... Comprendo entonces que su lectura de Kant está demasiado marcada por sus intereses (más de lo que es conveniente) y carece de la necesaria "buena fe" del exégeta, no por falta de agudeza, que la tiene, sino porque -para él- Kant y Nietzsche son finalmente apéndices del sistema hegeliano. Comprendo entonces que todo está dicho. La estética de Adorno no representa problema alguno para un hegeliano, evidentemente, pero sí para quien cree en una estética musical que no pretenda saltar ilegítimamente los límites de la razón humana, como alegremente hacen los idealistas.

Es un poco extenuante no tener interlocutores filosóficos, pero también es un alivio. Los músicos y la gente (profesores de filosofía inclusive) interesada en música pero que no ha leído absolutamente nada de Adorno ni desea hacerlo, son los mejores interlocutores que puedo tener. Es curioso. Uno, que se empecina modestamente en una estética vitalista, esperaría las mejores contradicciones de parte de los estudiosos idealistas, pero no es así. Un joven recién ingresado a la universidad es un interlocutor mil veces más sugerente. Parece que leer (devotamente) a Adorno es inversamente proporcional a saber escuchar música, ya se trate de los últimos cuartetos de Beethoven o de los primeros álbumes de la Fania All Stars.

Un amigo me dice que lo único que no comparte con Adorno es su gusto musical. En mi caso, el único gusto que le objetaría a Adorno es la espantosa Hammerklavier de Beethoven. No, no es para mí una cuestión de gustos, sino de principios epistemológicos. No pretendo convencer a la gente de que los míos son mejores que los de él, pero si creo firmemente en ellos es porque en efecto juzgo que la apreciación de la música se enriquece y se desprejuicia considerablemente, sobre todo en lo que respecta a la música popular - aquella que no ha roto, como quería Adorno, con la estructura armónica de la música tonal y que no rechaza en absoluto la sensualidad melódica.

Para no insistir con el jazz (que ya sabemos que Adorno despreciaba), pongamos como ejemplo al bossa nova y a un tema en particular: "A felicidade" de Antonio Carlos Jobim y Vinicius de Moraes.




- ¿Qué opinas, Theodor, de esta música?
- Si el jazz ya era malo, esto es pésimo. No quiero decir que este género debiera ser censurado, pero sí criticado severamente para impedir que adormezca más a las conciencias con su presunta novedad.
- Bossa nova...
- ¿Qué tiene de nuevo? En lo fundamental, su ritmo hace más superficiales aun las "disonancias" del jazz, de modo que se hace una música más digerible. Y mantiene la misma estructura formal en consonancia con la estructura económica que le dio origen y que la hizo "necesaria". Lo que agrada al oído, malacostumbra y pervierte a la inteligencia.
- ¿Sabes que tu opinión es sumamente impopular?
- Desde luego, pero estarás de acuerdo en que la opinión popular es fácilmente maleable con un poco de propaganda.
- Veo que en muchos casos así es. Goebbels, Kruschev, nuestra prensa política...
- Y si eso es posible, ¿no es acaso porque el gusto popular, si se trata de una masa acrítica, se guía ingenuamente por su sensualidad "irracional"?
- Seguramente, aunque me inquieta la univocidad a la que apuntas con lo de "ingenuamente".
- No te inquietes. Convendrás antes conmigo en que nosotros, filósofos, podemos darnos cuenta de esa situación, y en esa medida no nos "dejamos llevar" por el goce sensible, por el pathos, sino que en ese preciso acto ejercemos nuestra razón negativamente.
- Convengo contigo en eso, pero no sé bien lo que quieres deducir de esa negatividad que es la razón.
- A eso vamos. ¿Aceptarás que es deber del filósofo mantener entonces la división entre lo sensible y lo inteligible? No al modo de las ideas platónicas, por cierto, pero sí al de las condiciones sociales que han hecho posible esa música.
- Eso lo puede advertir un sociólogo.
- Es cierto. Los límites entre la filosofía y la sociología de la música se hacen aquí un tanto difusos, pero entrar a eso nos desviaría del tema.
- No mientras tú pretendas defender una prerrogativa filosófica en la que sin embargo un sociólogo puede desenvolverse con suficiente competencia. Es posible otra aproximación más propiamente filosófica, ¿sabes? Además, colocas a la música en el mismo plano de la realidad social; por eso un sociólogo -con su hambre de ciencia- acepta de buen grado tus premisas. No obstante, yo veo allí mucha confusión. ¿No es la misma distinción una constatación de que la experiencia estética está a un nivel distinto?
- Bien, todo eso es discutible, pero digamos entonces que se trata de una distinción epistemológica. ¿Estás de acuerdo al menos con esto?
- ¿Podría no estarlo?
- No sin que este mismo diálogo te contradijese, pero me alegra que lo reconozcas. Vayamos pues a lo que nos interesa: el bossa nova.
- Sí, es preciso.
- Ambos sabemos que el bossa nova se originó a partir de la samba.
- Así es.
- Y sus creadores eran músicos de clase media que querían una música más serena, menos "callejera".
- Nuevamente el sociólogo...
- Muy bien, muy bien, sólo quería mencionarlo.
- Donde tú ves la afirmación de una clase socioeconómica a través de una música alienante, yo sólo veo la necesidad de un goce sensible más sereno e íntimo que el de la samba.
- Necesidad de una música que adormezca...
- ¡La música toda es adormecedora! ¿No partíamos ya de que nosotros, al referirnos así a ella, lo hacemos desde un suelo distinto? ¡Es ilegítimo entonces pretender que la música no sea aquello que es!
- ¿Goce sensible?
- ¡Exacto! Y, con todo, el bossa nova no sólo se hizo popular en una clase determinada; cruzó todas ellas y la gente que bailaba samba de pronto quiso escuchar también bossa nova. Una popularidad así jamás la pudieron siquiera soñar tus revolucionarios músicos atonales, que no abandonaron su clase ni sus círculos cultos.
- Asumamos, como dices, que la música sólo sea "goce sensible".
- Yo no estoy diciendo que sólo sea eso...
- Pero sí que eso es lo fundamental en ella.
- Así es.
- Asumamos, pues, que así fuera.
- Asumámoslo.
- Bien pronto entramos en una contradicción que de seguro te será evidente.
- Dímela, por favor, que tu mirada es más profunda que la mía.
- Te dejaste llevar por la melodía de Jobim, ¿verdad?
- Desde luego.
- En este momento, ¿eres consciente de ello?
- De no serlo, ¿te habría contestado lo anterior?
- Ahora bien, ¿no significa eso que reconoces (ahora) las cadenas; es decir, la forma como tan sutilmente te ató a ella?
- Así lo creo.
- Y no me negarás, supongo, que esta forma que reconoces ahora es la misma de aquella canción que escuchamos hace unos minutos.
- Haces bien en suponerlo, aunque...
- Te pido no traer a colación al "Oscuro".
- No puedo evitarlo, pues lo que supones como "lo mismo" no puedes efectivamente conocerlo como "lo mismo".
- De cualquier modo, es necesario suponer una regularidad.
- Tú lo has dicho.
- Si recuerdas lo escuchado, entonces, te verás como alguien que ingenuamente se dejó llevar por el pathos del bossa nova, pudiendo no hacerlo, o pudiendo también dejarse llevar de otra manera o por otra música.
- Te concedo, si eso quieres, que reconozco haber estado felizmente engañado en eikasía, y que ahora, que estoy en pistis, me siento un tanto desengañado pero igualmente feliz. No estaría en esto de la filosofía si fuese de la opinión que no hay sino un segmento, el de la eikasía.
- De acuerdo. No obstante, creo que no te valoras con justicia, pues al tomar conciencia de la forma musical no estás tan sólo reconociendo una naturaleza sonora (física), sino la "razón de ser" de esos sonidos articulados en determinado orden, una naturaleza matemática en un estado consciente de ella. Dejemos al nous de lado, pero el uso de la razón, sin la cual no hay algo que podamos llamar propiamente musical, te ha conducido ya al ámbito de la episteme.
- Te entiendo bien, apreciado Theodor, pero no puedo estar de acuerdo con la univocidad con que te sirves de los términos "razón" y, sobre todo, "conciencia". No te ofendas, por favor, pero la fenomenología hegeliana no es una buena aliada cuando se quiere pensar en la música como la experiencia fenoménica que es y no como un orden inteligible que -aun concediéndote que fuese su "esencia"- en el orden de la experiencia misma es necesariamente una atribución posterior. Yo me he propuesto permanecer fiel a esa experiencia.
- Pero valoras más el conocer la forma, la armonía, para poder juzgar sobre una música...
- Te equivocas. A mi juicio, la experiencia de quien conoce con lujo de detalles la armonía de lo que está escuchando, es una más entre otras. Con ello no niego que haya música más dispuesta al entendimiento que al goce -la atonal, por ejemplo-, pero yo mismo prefiero a veces no saber nada respecto a esas composiciones y disfrutar simplemente con aquella sensibilidad que tú llamas ingenua. La conciencia que puedo después tener de ella me es insuficiente para el goce que a veces necesito. Tú juzgas que los suelos de dicha conciencia son sólidos y le permiten anticiparse. Yo veo ahí pura nube, puro vapor. La cuestión fundamental es para ti que "todo lo real es racional". Todo lo inviertes y la significación, que es enteramente posterior y -digamos- "extramusical", la colocas antes de la experiencia auditiva y afirmas incluso que es la esencia de la música.
- Toda música sigue razones. Si esto fuese falso no podríamos pensar en ellas y verlas en la base de toda composición musical.
- Lo que tú llamas razón, yo lo juzgo más complejo. Y creo que los músicos se dan cuenta de ello también. Pregúntale si no a Jimi Hendrix si hacía uso de su "razón" cuando improvisaba sobre el escenario.
- ¿A quién?
- Lo que quiero decir es que tú no puedes evitar el prejuicio sobre la percepción "ingenua". Yo creo tomarla tal como ella se da, respondiendo no a razones matematizables, sino únicamente a la posibilidad humana de escuchar y entender lo que se escucha como música. Hablo por ello de entendimiento y no de razón.
- Apreciado Arturo, te veo caer sin remedio en las sutilezas de la jerga kantiana, aquella con la cual el hombre ilustrado encubre su uso del arte como propaganda para un status quo alienante. Bajo la aparente libertad del gusto, se ocultan bien las cadenas de un sistema que valora a los individuos en la medida en que estos le sirvan para perpetuarse. La pregunta de Kennedy (¿qué puedes hacer tú por tu país?) se replantea en los términos del goce burgués como: "¿qué puedes hacer tú por el capital?".
- ¿Te parece ver eso en el bossa nova?
- ¡Desde luego! Y el tema que has escogido me permite ilustrarlo también en la letra del señor de Moraes. Los primeros versos:

Tristeza, no tiene fin.
Felicidad, sí.

no hacen sino justificar una condición social opresiva presentándola como si fuese una condición natural, ineludible, invariable, metafísica. Y por si ello no fuese de suyo evidente, la letra sigue:

La felicidad del pobre parece
La gran ilusión del Carnaval.
La gente trabaja el año entero
Por un momento de sueño, para realizar la fantasía
De rey o de pirata o de jardinera.
Para que todo se acabe el miércoles.

El carnaval, que era toda la felicidad que la Iglesia le permitía sin condena al pobre que creía en su poder,  tiene aquí el mismo uso, aunque simbólico. ¿Debemos aceptar nuestros sufrimientos con tal que nos permitan tener nuestros pequeños carnavales?
- En lo que a mí concierne, la felicidad es así de pasajera. Pero más allá de ello, yo veo tan sólo una experiencia auténtica, un sentimiento "real" dentro de la canción misma, con sus riesgos, ciertamente, pero una experiencia válida desde el mismo momento en que es tal.
- Esa "autonomía" del arte es para mí la justificación del salvajismo alienante en contra de una conciencia liberadora.
- Menosprecias la bondad de la alienación.
- ¿Cómo es eso posible?
- ¿Amar no es acaso alienarse gozosamente?
- Pero eso es distinto...
- ¿Cómo es eso posible?
- Tengo la impresión que no nos estamos entendiendo.
- Yo, más bien, creo que nos estamos entendiendo demasiado bien y ese es precisamente el problema.
- A lo mejor en otro momento estés más dispuesto a seguir este diálogo.
- ¿Por qué no?
- Claro. Olvidaba que tú, escéptico, nada quieres afirmar con certeza.
- Pero sí niego, y especialmente tu negatividad.
- Eso quiere decir...
- Eso quiere decir que seguramente habremos de encontrarnos, porque respondemos a dos impulsos que se requieren mutuamente. Si así no fuera, ni tú ni yo haríamos filosofía de la música.
- Que así sea, entonces.


Theodor Adorno coge su periódico y se va. Yo me pongo los audífonos y sigo leyendo a Merleau-Ponty.