domingo, 6 de agosto de 2017

Estética y arte: Una definición de Schlegel y una precisión de Novalis


Caspar David Friedrich, Mujer frente al sol poniente (Frau vor untergehender Sonne), 1818, Museo Folkwang (Essen).

Contemplo un paisaje de Friedrich. Me invita a salir de casa en este día soleado de invierno para recibir a la naturaleza con los brazos abiertos mientras el sol se pone. No ha sido la naturaleza "real" la que ha despertado mi sensibilidad esta vez, sino la representada por el artista, que ha logrado transmitirme (e imponerme) su sensibilidad. En la número 20 de sus Ideen (Ideas), Friedrich Schlegel escribe:

"Künstler ist ein jeder, dem es Ziel und Mitte des Daseins ist, seinen Sinn zu bilden".

"Artista es todo aquel para quien el propósito y centro de su existencia radica en formar su sensibilidad".

Estas palabras deben entenderse en el contexto romántico de afirmación de la sensibilidad allende los estrechos márgenes de la formación académica clásica. Rousseau y Schiller están detrás de Schlegel. ¿Y para qué debía formar su sensibilidad el artista romántico? Para dirigirla hacia lo más elevado, en un acercamiento infinito hacia lo absoluto. Eso no se lograba con una sensibilidad desorientada, pero tampoco con una sometida a la enseñanza del canon. Había que reconducir el espíritu hacia la naturaleza sensiblemente percibida, de modo que se hiciera patente, como dice también Schlegel, que "a Dios no podemos verlo, pero en todas partes vemos lo divino" (Ideas, 44).

Más allá de las cimas y los abismos románticos, lo dicho por Schlegel puede remitirnos a Don Juan. A diferencia de nuestro tiempo, en el que estimamos a la sensibilidad como una afección inmediata e irracional, la figura de Don Juan toma aún de una concepción clásica la idea de que la sensibilidad se forma y fundamentalmente por el hábito; pero es asimismo un personaje moderno, en tanto que no acepta un orden objetivo, racionalmente determinado, que deba imponerse sobre la ley de su goce sensible. Don Juan rechaza toda abstracción, todo aquello que quiere privar a la sensibilidad de su autonomía y soberanía, que son, como se sabe, conquistas modernas ligadas al surgimiento de la estética como disciplina. Pero Don Juan no es alguien que se abandone a sus sentidos, que es como lo quiere presentar el moralista, sino alguien que ha asumido activamente la formación de su sensibilidad, exclusivamente a partir de esa misma sensibilidad y no de preceptos religiosos, morales o metafísicos. Justamente porque no la reprime desde una instancia "superior", él se concentra en cuidarla especialmente. Ahora bien, hay una significación erótica necesariamente vinculada a la figura de Don Juan: en él, sensibilidad quiere decir sensualidad, activa, espontánea, valiente y libre. Su contraparte, en cuanto a género, como se ha señalado más de una vez, sería Carmen (la de Bizet más que la de Mérimée). Si se suprime esta connotación erótica, lo que tenemos es sencillamente a un esteta. Ejemplo de esteta consumado lo tenemos en el poeta Alberto Caeiro, quien dice:

"Pensar incomoda como andar en la lluvia
cuando el viento crece y parece que llueve más. [...]
No tengo filosofía: tengo sentidos.
Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que ella es,
sino porque la amo, y la amo por eso"

("El guardador de rebaños").

¿Se podría discutir que el artista tiene una sensibilidad especial? Ni siquiera Platón, que la atribuye a una inspiración divina, lo cuestiona. En cuanto a que deba formar esa sensibilidad, no sé de artista alguno, por naturalmente dotado que sea, que sostenga lo contrario. El espectador, que desconoce los entresijos de la creación artística y que basa también en ello su asombro, suele pensar que hay sólo naturaleza donde hay además cultura; es decir, estudio y trabajo. La espontaneidad y extrañeza de la inspiración están allí, sin duda, pero incluso Mozart, el "laúd de Dios", no hubiese sido tal sin una estricta disciplina y sin una formación, que es bien sabido que las tuvo. A esto se refiere Schlegel. Sin embargo, aquí mismo es donde su definición se muestra imprecisa.

En su ejemplar de las Ideen, al margen de la vigésima idea, Novalis anotó:

"Sollte dies nicht der Dilettant seyn Mit seinem Sinn zu bilden, dann ist es der Künstler".

"Debería ser este el diletante. Formar con su sensibilidad: entonces es artista".

En efecto, no todo aquél que forma su sensibilidad es un artista. Para que lo sea, hace falta que forme con su sensibilidad; es decir, que su sensibilidad sea productiva, que a partir de ella cree objetos de contemplación estética e influya así sobre la sensibilidad de otros. Esta es una condición necesaria y con la cual el artista lleva a plenitud su sensibilidad, que no es meramente receptiva sino también y fundamentalmente creativa. Llegado a este punto, la obra ya no le pertenece: cobra autonomía y el espectador forma con ella su propia sensibilidad.

miércoles, 4 de enero de 2017

La vida siempre


El 4 de enero de 1960, decidió retornar a París, antes que su esposa, con la que se acababa de reconciliar, y sus hijos. Habían pasado juntos unos días espléndidos, lejos del ruido de la política y de la fama, en un pequeño pueblo donde no sabían de premios Nobel pero sí de películas. Por ello, algunos pocos se animaron a importunar al amable y solitario extranjero, para que les firmase un autógrafo. Los más se irían a casa contentos por tener un autógrafo del conocido director de cine Mario Camus. Algún despistado, quizás, creería contar con la firma del mismísimo Humphrey Bogart. A él le divertían mucho esas confusiones. Mientras tanto, en París, una horda de aduladores de Sartre y de Stalin –esos que César Moro decía que se complacían con sus baños maría existencialistas– le exigían que aclarase su bando en el asunto de Argelia. Él, que era un francés en su tierra natal y un pied-noir en Francia, forjado por el sol del Mediterráneo antes que por cualquier ideología, decidió ignorarlos una vez más y enviar al periódico una columna agradeciéndole a la vida por Mozart. Esas serían sus palabras de despedida.

Suelen ser escasos los momentos en los que refulge esa asombrosa claridad, tan breve e intensa, que le hace a uno reconocer que todo está bien, que la vida –con sus Argelias y sus Sartres y sus accidentes de automóvil– no tiene culpas, que todo es exactamente como debe ser. Él no había tenido esa sensación desde hace mucho, agobiado como estaba por los reflectores del Nobel y por la vieja soledad en lo más profundo del alma. Habiendo empezado a escribir desde el silencio de su madre, decidió entonces, cuando no hallaba las fuerzas para salir de su propio silencio, volver sobre la ausencia del padre. "El primer hombre" era eso: una búsqueda del padre, o, mejor dicho, una búsqueda de sí mismo a través de la sombra paterna. ¿Cómo no iba a estar feliz, al haber concluido el borrador de esa obra, si ello significaba que había vuelto a encontrarse a sí mismo? ¿Cómo no iba a estar feliz, si esos breves instantes en que Sísifo había acabado de empujar su piedra eran recompensados con la calurosa cercanía de su esposa y sus hijos? ¿Cómo no estarlo si la sobria sensualidad y la intensa alegría de María Casares le esperaban con ansias en París?

Ese 4 de enero tenía a su costado a su mejor amigo, Michel Gallimard, que conducía su moderno Facel-Vega. Atrás, en su maletín, llevaba el borrador acabado de El primer hombre y su viejo ejemplar de La gaya ciencia de Nietzsche. Y adentro, en el corazón, tenía ¡por fin!, una vez más, esa felicidad pura que sólo conquista quien está dispuesto a ver a la vida de frente, y que la siente y la piensa y la ama con el amor desesperado y rebelde del artista. Sí, era feliz, porque todas las amenazas del mundo no pueden sino acentuar, en los mares internos y a la luz del fuego de la verdad, nuestro derecho a ser felices. Sí, era feliz, porque la felicidad no es un destino ultramundano ni un engaño de tontos; tampoco un lugar del pasado, ni un presente eterno, sino ese frágil instante en el que uno, sin ninguna reserva, acepta la vida. Sí, a pesar de la nada. Y a pesar de las muertes absurdas, como las de los accidentes automovilísticos. A pesar de todo, la vida siempre.

Hoy, 4 de enero de 2017, florece sobre la tumba de Albert Camus porque, pese a todo, la vida es. Hoy, 4 de enero de 2017, es preciso, quizás más que nunca, imaginar a Sísifo feliz.