viernes, 15 de julio de 2011

Emilio Adolfo


Del fuego viene y en él acaba toda música.
No hay diferencia entre música en incendio. (...)

Así comienza Emilio Adolfo Westphalen uno de sus cantos fundamentales. Es que el poeta, cuando su oído y su palabra son honestas, sólo sabe de combustiones. Porque en el fundamento no es la música ni la poesía, sino el fuego. De ese incendio le llega su voz clarividente y al mismo incendio pide que lo entreguemos. Todo lo intermedio es destino incompleto siempre, mera posada del caminante y empujar la misma piedra por escarpadas colinas. Su percepción ardiente, en cambio, no conoce diferencias: todo le es querido, lo entraña todo. El poeta es un elefante que bate orejas y trompa bailando a un ritmo no aprendido, y que se marcha a la bella muerte, jugando como cualquier niño.



HE DEJADO DESCANSAR TRISTEMENTE MI CABEZA
En esta sombra que cae del ruido de tus pasos
Vuelta a la otra margen
Grandiosa como la noche para negarte
He dejado mis albas y los árboles arraigados en mi garganta
He dejado hasta la estrella que corría entre mis huesos
He abandonado mi cuerpo
Como el naufragio abandona las barcas
O como la memoria al bajar las mareas
Algunos extraños sobre las playas
He abandonado mi cuerpo
Como un guante para dejar la mano libre
Si hay que estrechar la gozosa pulpa de una estrella
No me oyes más leve que las hojas
Porque me he librado de todas las ramas
Y ni el aire me encadena
Ni las aguas pueden contra mi sino
No me oyes venir más fuerte que la noche
Y las puertas que no resisten a mi soplo
Y las ciudades que callan para que nos aperciba
Y el bosque que sé abre como una mañana
Que quiere estrechar el mundo entre sus brazos
Bella ave que has de caer en el paraíso
Ya los telones han caído sobre tu huída
Ya mis brazos han cerrado las murallas
Y las ramas inclinado para impedirte el paso
Corza frágil teme la tierra
Teme el ruido de tus pasos sobre mi pecho
Ya los cercos están enlazados
Ya tu frente ha de caer bajo el peso de mi ansia
Ya tus ojos han de cerrarse sobre los míos
Y tu dulzura brotarte como cuernos nuevos
Y tu bondad extenderse como la sombra que me rodea
Mi cabeza he dejado rodar
Mi corazón he dejado caer
Ya nada me queda, para estar más seguro de alcanzarte
Porque lleva prisa y tinieblas como la noche
La otra margen acaso no he de alcanzar,
Ya que no tengo manos que se cojan
De lo que está acordado para el perecimiento
Ni pies que pesen sobre tanto olvido
De huesos muertos y flores muertas
La otra margen acaso no he de alcanzar
Si ya hemos leído la última hoja
Y la música ha empezado a trenzar la luz en que has de caer
Y los ríos te cierran el camino
Y las flores te llevan en mi voz
Rosa grande ya es hora de detenerte
El estío suena como un deshielo por los corazones
Y las alboradas tiemblan como los árboles al despertarse
Las salidas están guardadas
Rosa grande ¿no has de caer?


En el centenario de su nacimiento (1911-2011).

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