En el día nacional de Bélgica, recordamos a Johannes Ockeghem, músico de la escuela franco-flamenca de mediados del siglo XV. Dueño de una prodigiosa voz de bajo y compositor ingenioso, Ockeghem nació en Saint-Ghislain (Bélgica), entre 1410 y 1420. Adquirió temprana fama como maestro de coro y fue designado maestro de la capilla de la corte al servicio de los reyes Carlos VII y Luis XI de Francia. A pesar de no ser ampliamente conocido, este músico renacentista es considerado en la actualidad uno de los nombres más importantes de la historia de la música occidental, especialmente porque ayudó de manera decisiva a cimentar las bases de la polifonía y el contrapunto.
Aunque no se apartó de los motivos y formas de la música sacra de su tiempo, sus sutiles juegos con las voces (generalmente sostenidas sobre el canto llano del tenor, que daba la atmósfera tonal) fueron muy apreciados porque mostraban gran complejidad técnica e independencia melódica en cada voz sin que se opacaran una con otra ni se aminorase en conjunto la belleza de sus composiciones. Una de sus estrategias fue hacer coincidir la acentuación de las palabras con el acento musical, algo original para entonces.
Su complejidad puede apreciarse, por ejemplo, en la Missa prolationum que, siendo a cuatro voces, sólo estaba escrita para dos que debían dar el efecto mediante cánones en diferentes intervalos y tiempos. Por su parte, la Missa cuiusvis toni puede ser interpretada en cualquier clave, dependiendo de lo cual se estaría tocando en cada uno de los diversos modos griegos. Y también hizo lo propio con sus motetes. En éstos mantuvo las letras de los cantos gregorianos, pero musicalmente se apartó mucho de ellos, como en el conocido Deo gratias, canon en el que introdujo nada menos que 36 voces.
A su muerte, los mejores poetas de su tiempo, entre ellos Erasmo de Rotterdam, le escribieron odas de lamento; y el compositor Josquin des Prés le dedicó La Déploration sur la Mort d'Ockeghem. Murió en Tours (Francia), en 1497.
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