jueves, 17 de septiembre de 2009

El perro de Hegel (o por qué no es lo mismo poesía idealista que ideal poético)


El idealismo del joven Hegel, aún en ciernes, se expresaba de modos ciertamente distintos a los que podemos encontrar en su Ciencia de la Lógica o en su Fenomenología del Espíritu. En esa temprana época, sus intereses no sólo eran más explícitamente religiosos (escribió una Vida de Jesús), y no sólo ya veía a Kant con malos ojos (entiéndase esto en su doble sentido), sino que también era más explícitamente estético, o al menos intentaba serlo. La siguiente es una de las pocas expresiones poéticas del Espíritu Absoluto -que quizá no había llegado aún al "para sí"- en la pluma del joven Hegel.


[Final de un poema
A SU PERRO]
(10-XII-1798)

Se interna en la llanura dando grandes rodeos, y retorna a nosotros;
escarba en la tierra, me ve y ya brinca a mi vera. ¿Dónde se queda?
Ahora ha encontrado compañeros de juegos. Se hostigan, huyen y se buscan;
el que acosaba, ahora huye. Pero, mira, se están alejando demasiado.
¡Ven aquí! La palabra le arranca del instinto y le obliga a volver al amo.
Pero una perra vuelve a tirar de él. ¡Quieto!
¡Vuelve aquí! No escucha. Te espera el palo. Ya no lo veo.
Camina junto al seto con pasos que la mala conciencia hace más lentos.
¡Ven aquí! Me rodeas de lejos, mueves el rabo. Tiene que:
¿Nunca habéis visto qué es "tener que"? Aquí lo véis. No tiene otro remedio.
¿Gimes bajo los palos? Pues obedece a la llamada de tu amo.
"Dokumente 383", en Hegel, G.W.F., Escritos de juventud, México: Fondo de Cultura Económica, 2003, p. 255.


¿Hay que añadir algo?...

Quizá tan sólo que si Schopenhauer hubiese leído esto, probablemente, renegando como siempre, hubiera pensado un poco más esa creencia heredada de Diógenes y los cínicos, esa que lo llevaba a apreciar la compañía de su perro más que la humana, pues, al fin y al cabo, ni siquiera le había consultado a su perro si quería acompañarlo.*

O, por otro lado, Hölderlin, después de reirse un poco, podría haber repetido con toda razón aquella frase que Manuel Barrios le atribuye hipotéticamente: "¡Pobre Hegel! (...) "¡Ha debido de volverse loco! ¡Cree que el espíritu de la época habla por su boca!...".**

Más seriamente, puede preguntarse con licitud: ¿por qué los filósofos suelen ser malos poetas? Este texto nos puede dar algún indicio, en especial al querer hacer un más que evidente uso ético de lo estético (entiéndase ético no sólo en el sentido hegeliano de vida ética -Sittlichkeit-, sino también en el kierkiegaardiano de mediatez reflexiva). Suele suceder más, en cambio, que los poetas hablen bien en términos filosóficos, aunque no precisamente quieran "hacer" filosofía, y quizá por ello mismo. Tal es el caso, por ejemplo, de Romualdo, cuando, con una sonrisa que no se permite Hegel, nos dice:

En el mundo de la limitación
y la bondad estéril
cuando los perros
colgados en la plaza
y manchas de sangre
en el mar
suena el timbre
es ella
con él
no dice nada
contempla
el dulce atropello
de la muchacha
sobre el hombre
que le abrió la puerta
sorprendido
seguramente él lo miró
seguramente lo ha mirado
a él
que le abrió la puerta
y ella le pregunta
¿qué es la dialéctica?
¿la dialéctica?
¿a estas horas?
y él los mira
y ella lo mira a él
le abrió la puerta
de su planeta blanco
y azul
qué es la dialéctica
insiste con vehemencia
y él la mira
y ella la mira a él
y él los mira
y él los mira a él
y se miran
lucha de contrarios
negación de la negación
que afirma a ella en él
no puede negarlo
es la necesidad
no es la casualidad
no quiere reconocer
la contradicción
que ella ha buscado
para afirmarse
acercándolo al rostro
¿qué es la dialéctica?
insiste ella
moviendo impaciente la cabeza
¿qué es la dialéctica?
pregunta turbada
ante lo que ya
no puede negar
ante la evidencia
y se despide de él
entregándose en la mejilla
delante de él
y él la besa
y él los mira
y ella lo mira a él
agitada
y ya nada le pregunta
y se van
y él los ve alejarse
lentamente
alejarse cabizbajos
juntos
cada uno por su lado
caminando en silencio.

Alejandro Romualdo, "La dialéctica".


* Que su compañía fuese normalmente desagradable es algo que testimonia su propia madre, Johanna Schopenhauer, tanto por su presunta vanagloria como por su radical pesimismo. Véanse a este respecto las llamadas Cartas de Weimar entre hijo y madre.

** Barrios Casares, Manuel, "Hölderlin: la revuelta del poeta", en: Marrades, Julián y Manuel E Vázquez (eds.), Hölderlin: poesía y pensamiento, Valencia: Pre-textos, 2001, p. 31.

No hay comentarios:

Publicar un comentario