Roger Waters, uno de los miembros fundadores de Pink Floyd, compositor, bajista, guitarrista y cantante, ha sido también uno de los primeros artistas en promover un boicot cultural en contra del gobierno israelí por la ocupación de los territorios palestinos y, particularmente, por el ilegal muro de Gaza. La siguiente carta pública se hace especialmente sentida por haber escrito Waters uno de los himnos a la libertad en el rock: "Another Brick in the Wall" (The Wall, 1979). La canción que alguna vez, en Europa, se asoció al muro de Berlín, pasó luego a referir el apartheid sudafricano, para ahora, lamentablemente, cobrar actualidad en relación con el muro israelí en Gaza. Waters ha dicho: "Divertir a la gente nunca me ha interesado. Lo que quiero es conmoverlos". Desde 1979, su mensaje de libertad ha tocado el corazón de miles de personas y lo sigue haciendo.
En 1980, una canción que escribí, "Another Brick in the Wall, Part 2", fue prohibida por el gobierno de África del Sur porque era usada por los niños negros sudafricanos para reivindicar su derecho a una educación igualitaria. Ese gobierno del apartheid impuso un bloqueo cultural, por así decirlo, sobre algunas canciones, incluida la mía.
Veinticinco años más tarde, en 2005, niños palestinos que participaban de un festival en Cisjordania usaron la canción para protestar contra el muro del apartheid israelí. Ellos y ellas cantaban: "We don't need no occupation! We don't need no racist wall!" ("¡No necesitamos la ocupación! ¡No necesitamos el muro racista!"). En ese tiempo, yo no había visto con mis propios ojos aquello sobre lo que ellos estaban cantando.
Un año más tarde, en 2006, fui contratado para actuar en Tel Aviv.
Palestinos del movimiento de boicot académico y cultural a Israel me exhortaron a reconsiderarlo. Yo ya me había manifestado contra el muro, pero no creía que un boicot cultural fuese una vía correcta. Los palestinos defensores del boicot me pidieron que visitase el territorio palestino ocupado para ver el muro con mis ojos antes de tomar una decisión. Yo acepté.
Bajo la protección de las Naciones Unidas visité Jerusalén y Belén. Nada podía haberme preparado para aquello que vi ese día. El muro es un edificio repulsivo. Está custodiado por jóvenes soldados israelíes que me trataron, observador casual de otro mundo, con una agresión llena de desprecio. Si así fue conmigo, un extranjero, imaginen lo que debe ser con los palestinos, con los subproletarios, con los portadores de autorizaciones. Supe entonces que mi conciencia no me permitiría apartarme de ese muro, del destino de los palestinos que conocí, personas cuyas vidas son aplastadas diariamente de mil y una maneras por la ocupación de Israel. En solidaridad, y de alguna forma por impotencia, escribí en el muro, aquel día: "We don’t need no thought control" ("No necesitamos control de las ideas").
Considerando en ese momento que mi presencia en un escenario de Tel Aviv iba a legitimar involuntariamente la opresión que yo acababa de presenciar, cancelé mi concierto en un estadio de fútbol en Tel Aviv y lo cambié para Neve-Shalom, una comunidad agrícola dedicada a criar pollitos y también, admirablemente, a la cooperación entre personas de creencias diferentes, donde musulmanes, cristianos y judíos viven y trabajan lado a lado en armonía.
Contra todas las expectativas, este acto se transformó en el mayor evento musical de la corta historia de Israel. 60 mil fans lucharon contra los embotellamientos de tránsito para asistir. Fue extraordinariamente conmovedor para mí y para mi banda y, al finalizar el concierto, me sentí obligado a exhortar a los jóvenes allí presentes a exigir de su gobierno que intente alcanzar la paz con sus vecinos y que respete los derechos civiles de los palestinos que viven en Israel.
Desgraciadamente, en los años que siguieron, el gobierno israelí no realizó ninguna tentativa de implementar una legislación que garantizara a los árabes israelíes derechos civiles iguales a los que tienen los judíos israelíes, y el muro creció inexorablemente, anexando cada vez más la franja occidental.
Aprendí en ese día de 2006, en Belén, algo de lo que significa vivir bajo la ocupación, encarcelado tras un muro. Significa que un agricultor palestino tiene que ver cómo se arrancan olivares centenarios. Significa que un estudiante palestino no puede ir a la escuela porque el paso de control está cerrado. Significa que una mujer puede dar a luz en un auto porque el soldado no la dejará pasar hasta el hospital que está a diez minutos de ese lugar. Significa que un artista palestino no puede viajar al extranjero para exhibir su trabajo o para mostrar un film en un festival internacional.
Para la población de Gaza, encerrada en una prisión virtual atrás del muro del bloqueo ilegal de Israel, significa otra serie de injusticias. Significa que los niños van a la cama con hambre, muchos de ellos desnutridos crónicamente. Significa que padres y madres, impedidos de trabajar en una economía diezmada, no tienen medios de sustentar a sus familias. Significa que estudiantes universitarios con becas para estudiar en el extranjero tienen que encontrar una oportunidad para escapar porque no son autorizados a viajar.
En mi opinión, el control repugnante y draconiano que ejerce Israel sobre los palestinos de Gaza cercados y los palestinos de la Cisjordania ocupada (incluyendo Jerusalén oriental), así como la negación del derecho de los refugiados de regresar a sus casas en Israel, exige que las personas con sentido de justicia en todo el mundo apoyen a los palestinos en su resistencia civil, no violenta.
Allá donde los gobiernos se niegan a actuar, las personas deben hacerlo, con los medios pacíficos que tuvieren a su disposición. Para algunos esto significó unirse a la Marcha de la Libertad de Gaza; para otros, esto significó unirse a la flotilla humanitaria que intentó llevar a Gaza la muy necesitada ayuda humanitaria.
Para mí eso significa declarar mi intención de mantenerme solidario, no sólo con el apoyo al pueblo de Palestina, sino con muchos miles de israelíes que disienten con las políticas racistas y coloniales de su gobierno, uniéndome a la campaña de Boicot, Desinversiones y Sanciones (BDS) contra Israel, hasta que otorgue los tres derechos humanos básicos exigidos por la ley internacional:
1. Poniendo fin a la ocupación y a la colonización de todas las tierras árabes (ocupadas desde 1967) y desmantelando el muro;
2. Reconociendo los derechos fundamentales de los ciudadanos árabe-palestinos de Israel en plena igualdad; y
3. Respetando, protegiendo y promoviendo los derechos de los refugiados palestinos de regresar a sus casas y propiedades como estipula la Resolución 194 de las Naciones Unidas.
Mi convicción nace de la idea de que todas las personas merecen derechos humanos básicos. Mi posición no es antisemita. Esto no es un ataque al pueblo de Israel. Esto es, por lo tanto, un llamado a mis colegas de la industria de la música y también a los artistas de otras áreas para que se unan al boicot cultural.
Los artistas tuvieron razón de negarse a actuar en Sun City, en África del Sur, hasta que cayó el apartheid, y hasta que blancos y negros gozasen de los mismos derechos. Y nosotros tenemos derechos a negarnos a actuar en Israel hasta que llegue el día –y ese día llegará seguramente– en que caiga el muro de la ocupación y los palestinos vivan a lado de los israelíes en paz, libertad, justicia y la dignidad que todos ellos merecen.
25 de febrero de 2011.
Roger Waters
En 2009, el compositor y cantante Leonard Cohen rechazó adherirse al boicot cultural y realizó un concierto en Tel Aviv. Ese mismo año, en junio, Roger Waters visitó el campo de refugiados de Aida, en la Palestina ocupada. En diciembre, escribió una apasionada carta pidiendo acciones concretas que forzaran de algún modo a Israel para que abra las puertas de Gaza y alertando a la comunidad internacional sobre la dramática situación de los palestinos que viven en Israel. Escribió:
My name is Roger Waters. I am an English musician living in the USA. (…) We all watched, aghast, the vicious attack made a year ago on the people of Gaza by Israeli armed forces and the ongoing illegal siege. The suffering wrought on the population of Gaza by both the invasion and the siege is unimaginable to us outside the walls. The aim of The Freedom March is to focus world attention on the plight of the Palestinian people in Gaza in the hope that the scales will fall from the eyes of all, ordinary, decent people round the world, that they may see the enormity of the crimes that have been committed, and demand that their governments bring all possible pressure to bear on Israel to lift the siege.
I use the word ‘crimes’ advisedly, as both the siege and the invasion have been declared unlawful by United Nations bodies and leading human rights organizations.
If we do not all observe international law, if some governments think themselves above it, it is but a few short, dark, steps to barbarism and anarchy.
(...) Today, hundreds of thousands, tomorrow, millions, soon, hundreds of millions. We Shall Overcome.
Y les dedicó la canción que precisamente lleva por título "We Shall Overcome", una canción de protesta de los movimientos por los derechos civiles en los Estados Unidos basada en la letra de una canción de gospel, en apoyo al problema humanitario de Gaza. Tanto Roger Waters como el conocido arquitecto Le Corbusier y el director de cine de la Nouvelle Vague francesa, Jean-Luc Godard, han sido acusados de antisemitismo en el 2010 por sectores fanáticos del judaísmo ortodoxo que, por su falta de honradez intelectual y su necesidad de atraer apoyo para su plan de expulsar a todos los árabes de su tierra prometida, identifican una falsa amenaza a su identidad.