Este 4 de febrero inicia una versión virtual de un taller que he realizado en anteriores ocasiones. Dejo los detalles a continuación para quien pueda interesarle:
El taller ofrece un acercamiento introductorio a la teorización y análisis musicales desde la filosofía. Se presentará para ello, durante diez sesiones, lo que filósofos de diversas épocas han escrito sobre la música, contextualizándolo en relación con sus planteamientos filosóficos y la historia de la estética musical.
Objetivos: - Resaltar la importancia del fenómeno musical y de algunas de sus problemáticas para la filosofía antigua, moderna y contemporánea. - Encontrar elementos teóricos de utilidad para el análisis actual de las músicas, tanto académicas como populares.
Requisitos: Solo apertura musical para escuchar y apreciar ejemplos de distintos géneros de música, académica y popular.
Fechas y horario: Del 4 de febrero al 9 de marzo, martes y jueves de 7 a 9 p.m. 10 sesiones, 20 horas en total.
Programa: Sesión 1: Presentación del taller. La mousiké en la antigua Grecia. El pitagorismo. Sesión 2: Platón y Aristóteles. Sesión 3: Sofistas, Sexto Empírico y Boecio Sesión 4: Agustín de Hipona y Tomás de Aquino Sesión 5: Descartes y Leibniz. Locke y Hume. Sesión 6: Kant. Sesión 7: Hegel. Sesión 8: Kierkegaard y Schopenhauer. Sesión 9: Nietzsche Sesión 10: Wittgenstein y Adorno.
Inscripción:
Escribir al correo rivas.ars@gmail.com para reservar vacante y darle las indicaciones para el pago correspondiente. Una vez hecho el pago, deberá enviar el comprobante al mismo correo.
Este blog ha sido descuidado en los últimos años, mientras iba asumiendo una serie de obligaciones y de proyectos que, aunque en muchos casos lo hubiesen podido nutrir, me dejaban sin tiempo para dedicarme a él. La era de los blogs, por su parte, fue también pasando. Sin que ello implicase seguir una moda, lo cierto es que Mousiké fue concebido como un proyecto que se servía de una nueva plataforma (hablamos del 2008), de naturaleza evidentemente distinta a los medios habituales de la academia. No pocas críticas recibí en ese sentido, como si el medio banalizara el contenido; pero creo que, al final, si algo mostró este espacio, era que no tenía por qué ser así. Otros importantes blogs aparecieron luego, más interesantes y de mayor nivel que este. Me sigue pareciendo que eso fue importante en un medio tradicionalista como el peruano. Alguno aún persiste por allí y este mismo blog se resistió a desaparecer con alguna nota eventual. Sin embargo, es claro que su tiempo ha pasado y lo mismo ocurrió con los blogs a nivel global, así como también entre nosotros. ¿Será eso permanente? ¿Por qué empezaron a decaer en primer lugar? Se han ensayado respuestas, en otras latitudes, que a lo mejor nos son también aplicables, pero quizás estamos aún demasiado temprano para saber qué medios perdurarán en lo por venir. Especialmente, porque las aún reinantes redes sociales recién empiezan a mostrar sus problemas y limitaciones. En el intermedio, hace poco aparecieron también los podcasts. Debo confesar que no me llamaron inicialmente la atención, porque no encontraba más que programas de conversación superflua, cuyo objetivo parecía sencillamente servir de pasatiempo y relajo a estresados usuarios del transporte público. A medida que fueron migrando, de la radio al podcast, productores de contenidos de mayor calidad y que aparecieron otros tantos nuevos, fue quedándome más claro el potencial de este medio y fui teniendo cada vez más ganas de desarrollar algo en él, sin saber aún exactamente qué.
Ahora los podcasts ya no son una novedad y han aparecido un par de ellos vinculados al medio académico peruano; sin que sean más que excepciones, porque, en general, este sigue encerrado en sus papers. Hasta el 2019, los podcasts no dejaban de tener un alcance poco claro, poco consistente. La pandemia por la que estamos atravesando desde el año pasado, la cual ha generado tantos cambios en diversos contextos y actividades, ha supuesto en ese sentido una suerte de empujón. Fue entonces que, junto a un amigo, decidimos iniciar un podcast de extensión limitada que estuviese dedicado a la poesía e influencias del poeta alemán Friedrich Hölderlin. Era totalmente un experimento. Lo que inicialmente fue concebido como un programa corto de conversación académica, terminó siendo una serie de ensayos de corte documental y de una hora de extensión cada episodio. Ciertamente, de las dos formas de hacer podcasts, esto es: como conversación y como ensayo, me inclino ahora por este segundo. No obstante, yo estaba motivado a realizar ensayos más breves y puntuales, siguiendo el modelo del excelente podcast de Sara Fishko, Fishko Files. De ese modo he llegado a la idea de continuar lo que empecé con el blog, con notas breves, pero esta vez en un nuevo formato, el del podcast. Este se llama: Ars Artium ("El arte de las artes", en latín). Veamos qué sale de esto. Dada la dificultad de los tiempos y tal como suele suceder con los podcasts, será posible que, quien desee apoyar su continuidad, pueda hacer una donación y convertirse en patreon del mismo, con eventual acceso a contenido exclusivo. Con el desarrollo de los siguientes episodios, eso estará disponible. Por lo pronto, les dejo algunas de las plataformas donde pueden escucharlo. E iré publicando las entradas por aquí también. Gracias por seguir este blog trece años después de su creación.
Puedes escuchar el Episodio No. 1 de Ars Artium en:
En marzo de 1818, el filósofo que Borges no
consideraba un pesimista, terminó la redacción de la que él mismo denominaba su
obra capital: El mundo como voluntad y
representación. En carta a su editor, Arthur Schopenhauer le decía haber
concluido un libro que “será uno de aquellos que luego se convierten en fuente
y ocasión de un centenar de otros libros”. Estaba en lo cierto, pero, para
desgracia del editor que apenas logró vender unas cuantas decenas de
ejemplares, tuvieron que pasar unos treinta años para que, ya en el final de su
vida, Schopenhauer empezara a gozar de un prestigio que haría eco en pensadores y artistas
como Tolstoi, Wagner, Nietzsche, Freud, Wittgenstein, Proust, Musil, Mahler,
Schönberg, Prokofiev, Bergson, Mann, Einstein, Beckett, Borges, Cioran y, entre
nosotros, González Prada. La demora se podría explicar porque su pensamiento
era “demasiado moderno para ser clásico, demasiado clásico para ser moderno”,
como afirmaba Clément Rosset. Su renombre con los artistas, por otra parte, se
debe especialmente a la tercera sección de su obra, en la que expone su peculiar
estética o metafísica de lo bello.
¿Cómo caracterizar a la estética de Schopenhauer?
En 1811, cuando Wieland intentó disuadirlo de estudiar Filosofía, el joven hijo
de la escritora Johanna Schopenhauer le respondió: “La vida es un asunto
desagradable: he decidido pasarla reflexionando sobre ella”. Consecuentemente
con tal declaración, su filosofía entera se entiende a partir del dolor del
mundo y el absurdo de la existencia. “Alles Leben ist Leiden” (“toda vida es
sufrimiento”), afirmaba. Sin embargo, tan desconsolada constatación no debía conducir
al pesimismo, sino a la búsqueda creativa de una auténtica vía de redención.
Allí tiene cabida, precisamente, la experiencia estética. Schopenhauer la
concibe como una hora de recreo entre los tormentos de la existencia; como el
carnaval que, según la conocida canción de Tom Jobim y Vinicius de Moraes (“A
Felicidade”), es una gran ilusión que termina fugazmente para que el pobre vuelva a la
tristeza de sus afanes cotidianos. Desde la Teoría Crítica, ese recurso a la
fantasía probablemente sería visto como un consuelo fútil o un acto de
escapismo frente a la realidad. Siguiendo a Schopenhauer (que era enemigo
acérrimo del hegelianismo), ello sería un gran error, un exceso de confianza en
la razón y en la voluntad individual, que conducen a la falta de lucidez. Porque lo que habitualmente
consideramos como realidad efectiva es sólo una ilusión que nos oculta la
verdadera realidad: la voluntad del mundo, que es irracional y ciega. Dicho en
simple: no podemos lograr un conocimiento racional de aquel trasfondo último
que, a lo más, podemos entender como voluntad. Por más que se argumente a favor
de una tesis, eso sólo demuestra cuán comprometidos estamos con nuestra representación de la realidad; esto es, la voluntad que nos mueve y que está allende todos nuestros criterios,
incluidos el tiempo y el espacio. El criticismo kantiano, que era una de las
fuentes de Schopenhauer, impedía equivocadamente el acceso a la “cosa en sí”
porque tampoco admitía realmente que ella se encontrase en los extramuros de la
razón. En consecuencia, para Schopenhauer, no se salva del engaño quien cree
conocer, sino quien contempla y crea bellas representaciones. Así pues, la experiencia estética
se constituye como una vía privilegiada para trascender la ilusión de lo que
los fenomenólogos llamamos “actitud natural” (propia de nuestra vida cotidiana,
pero también de las ciencias empíricas) y acceder, por medio de genuinas
representaciones, a la realidad que es esa voluntad originaria. Las artes
tienen esa sublime función; sobre todo, la música, que logra ir más allá de la
representación y se erige como expresión misma de la voluntad, moviéndonos a
través del más puro sentimiento.
La experiencia estética –y el arte como su
medio idóneo– nos libera del dolor del mundo sin hacernos ignorar el sinsentido
último de la existencia. Para Schopenhauer, toda vida es sufrimiento porque la
voluntad se presenta en los seres vivos como deseo. Vivir es querer satisfacer
nuestras necesidades, que en el caso de los seres humanos van desde las
biológicas hasta las espirituales. El problema con el deseo es que, siendo la
voluntad ilimitada, nos dirige a objetos limitados. Satisfacemos nuestra
hambre, pero al cabo de un tiempo ella vuelve a aparecer. En consecuencia,
estamos siempre en busca de diversas formas de satisfacción (alimento, sexo,
posesiones, conocimiento, etc.), errando una y otra vez porque nunca el deseo
es enteramente satisfecho. Ahora bien, la misma voluntad nos ha dotado de
conciencia, la cual, si bien puede profundizar nuestro dolor, también puede liberarnos
de las cadenas del querer. Al entrar nuestra conciencia en un estado estético,
sea por la belleza del arte o por la belleza natural, dejamos de querer y entramos
en un estado de excepción, de catarsis mediante una contemplación
desinteresada. Así podemos intuir la naturaleza más íntima de la realidad y se
nos hace posible la verdadera felicidad sin tener que rebasar nuestra finitud.
Como se ve, habrían tenido razón Jobim y Moraes al cantar: “Tristeza
não tem fim, felicidade sim”. La felicidad es finita. El dolor perdura. No obstante, esos fugaces momentos de felicidad plena son suficientes para colocarnos en una armonía tal con el mundo, que podemos afirmar, a pesar
de todas sus pesadillas y todas sus miserias, y aunque ella carezca de sentido
último, que la vida no es en absoluto un error.
El silencio.
Es muy difícil escucharlo.
Muy difícil escuchar, en el silencio, a los otros.
Otros pensamientos, otros ruidos, otras sonoridades, otras ideas. Cuando se escucha, se busca muchas veces reencontrarse a sí mismo en los otros. Reencontrar los propios mecanismos, sistema, racionalismo, en el otro.
Y esto es una violencia totalmente conservadora.
En lugar de escuchar el silencio, en lugar de escuchar a los otros, estamos a la espera de escucharnos a nosotros mismos, una vez más. Es una repetición que se vuelve académica, conservadora, reaccionaria. Es un muro contra los pensamientos, contra aquello que, por lo tanto, no es posible explicar. Es la consecuencia de una mentalidad sistemática, basada en los a priori (interiores o exteriores, sociales o estéticos). Se prefiere la comodidad, la repetición, el mito; se prefiere escuchar siempre la misma cosa, con aquellas pequeñas diferencias que nos permiten demostrar nuestra inteligencia.
[...] Despertar el oído, los ojos, el pensamiento humano, la inteligencia, el máximo de interiorización exteriorizada.
He aquí lo esencial hoy.
Luigi Nono, "L'erreur comme nécessité", en: Révolution, Nº 169, 27 de mayo-2 de junio de 1983, pp. 50-51.
Por mucho tiempo se ha dicho que Borges no recibió el Nobel de Literatura por su apoyo público a las dictaduras militares en Latinoamérica. Eso, sin embargo, habría sido recién en los años 70 y habrá que esperar a que la Academia Sueca desclasifique las discusiones de esos años, lo que ocurrirá hacia el año 2027.
Borges con Pinochet en 1976
Lo que la Academia acaba de publicar es la discusión de 1967, cuando los nombres que sonaban más fuerte eran los de Jorge Amado (al que no se había postulado antes), Miguel Ángel Asturias, Jorge Luis Borges y Graham Greene. Había incluso la propuesta de dárselo a Asturias y Borges juntos. Entonces, ¿qué jugó en contra del escritor porteño?
El presidente de la Academia, Anders Osterling, descartó a Borges por ser "demasiado elitista o artificial en su ingenioso arte en miniatura". Hay en esta declaración varias razones sobre las que vale la pena detenerse.
La primera era una razón concerniente a la naturaleza del Premio: si la literatura de Borges era elitista (algo que se puede discutir, pero que tiene también algún asidero), el Nobel buscaría reconocer más bien a una obra universalmente accesible. Por lo tanto, no habría compatibilidad.
La segunda era una razón estética: la de Borges, según Osterling, sería una literatura que no lograría cubrir sus artificios con la ilusión de la naturalidad. Esto, desde luego, es también algo opinable; pero hay que entender que, si bien no toda estética aspira a ser natural, ese sí es un error grave dentro de una estética clásica como la que probablemente tendrían los académicos.
No obstante, la tercera es la razón que parece haber pesado más: Borges no habría mostrado la amplitud de su ingenio extendiéndolo al género de la novela.
Parece ser que los académicos, en efecto, preferían otorgarle el premio de ese año a un novelista. Allí se enalteció la obra de Asturias. Fue entonces que Osterling planteó una objeción que, aunque pudiera parecer política, no era en realidad sino temática. El académico no le restó a Asturias mérito literario alguno, pero lamentó que estuviese "limitado a la temática revolucionaria"; esto es, su poca versatilidad en el contenido. No fue una objeción de peso para los demás académicos y el premio le fue concedido al guatemalteco. Ni Borges, ni Amado, ni Greene recibirían nunca el premio Nobel. ¿Qué tanto importa eso?
Caspar David Friedrich, Mujer frente al sol poniente (Frau vor untergehender Sonne), 1818, Museo Folkwang (Essen).
Contemplo un paisaje de Friedrich. Me invita a salir de casa en este día soleado de invierno para recibir a la naturaleza con los brazos abiertos mientras el sol se pone. No ha sido la naturaleza "real" la que ha despertado mi sensibilidad esta vez, sino la representada por el artista, que ha logrado transmitirme (e imponerme) su sensibilidad. En la número 20 de sus Ideen (Ideas), Friedrich Schlegel escribe:
"Künstler ist ein jeder, dem es Ziel und Mitte des Daseins ist, seinen Sinn zu bilden".
"Artista es todo aquel para quien el propósito y centro de su existencia radica en formar su sensibilidad".
Estas palabras deben entenderse en el contexto romántico de afirmación de la sensibilidad allende los estrechos márgenes de la formación académica clásica. Rousseau y Schiller están detrás de Schlegel. ¿Y para qué debía formar su sensibilidad el artista romántico? Para dirigirla hacia lo más elevado, en un acercamiento infinito hacia lo absoluto. Eso no se lograba con una sensibilidad desorientada, pero tampoco con una sometida a la enseñanza del canon. Había que reconducir el espíritu hacia la naturaleza sensiblemente percibida, de modo que se hiciera patente, como dice también Schlegel, que "a Dios no podemos verlo, pero en todas partes vemos lo divino" (Ideas, 44).
Más allá de las cimas y los abismos románticos, lo dicho por Schlegel puede remitirnos a Don Juan. A diferencia de nuestro tiempo, en el que estimamos a la sensibilidad como una afección inmediata e irracional, la figura de Don Juan toma aún de una concepción clásica la idea de que la sensibilidad se forma y fundamentalmente por el hábito; pero es asimismo un personaje moderno, en tanto que no acepta un orden objetivo, racionalmente determinado, que deba imponerse sobre la ley de su goce sensible. Don Juan rechaza toda abstracción, todo aquello que quiere privar a la sensibilidad de su autonomía y soberanía, que son, como se sabe, conquistas modernas ligadas al surgimiento de la estética como disciplina. Pero Don Juan no es alguien que se abandone a sus sentidos, que es como lo quiere presentar el moralista, sino alguien que ha asumido activamente la formación de su sensibilidad, exclusivamente a partir de esa misma sensibilidad y no de preceptos religiosos, morales o metafísicos. Justamente porque no la reprime desde una instancia "superior", él se concentra en cuidarla especialmente. Ahora bien, hay una significación erótica necesariamente vinculada a la figura de Don Juan: en él, sensibilidad quiere decir sensualidad, activa, espontánea, valiente y libre. Su contraparte, en cuanto a género, como se ha señalado más de una vez, sería Carmen (la de Bizet más que la de Mérimée). Si se suprime esta connotación erótica, lo que tenemos es sencillamente a un esteta. Ejemplo de esteta consumado lo tenemos en el poeta Alberto Caeiro, quien dice:
"Pensar incomoda como andar en la lluvia
cuando el viento crece y parece que llueve más. [...]
No tengo filosofía: tengo sentidos.
Si hablo de la Naturaleza no es porque sepa lo que ella es,
sino porque la amo, y la amo por eso"
("El guardador de rebaños").
¿Se podría discutir que el artista tiene una sensibilidad especial? Ni siquiera Platón, que la atribuye a una inspiración divina, lo cuestiona. En cuanto a que deba formar esa sensibilidad, no sé de artista alguno, por naturalmente dotado que sea, que sostenga lo contrario. El espectador, que desconoce los entresijos de la creación artística y que basa también en ello su asombro, suele pensar que hay sólo naturaleza donde hay además cultura; es decir, estudio y trabajo. La espontaneidad y extrañeza de la inspiración están allí, sin duda, pero incluso Mozart, el "laúd de Dios", no hubiese sido tal sin una estricta disciplina y sin una formación, que es bien sabido que las tuvo. A esto se refiere Schlegel. Sin embargo, aquí mismo es donde su definición se muestra imprecisa.
En su ejemplar de las Ideen, al margen de la vigésima idea, Novalis anotó:
"Sollte dies nicht der Dilettant seyn —Mit seinem Sinn zu bilden, dann ist es der Künstler".
"Debería ser este el diletante. Formar con su sensibilidad: entonces es artista".
En efecto, no todo aquél que forma su sensibilidad es un artista. Para que lo sea, hace falta que forme con su sensibilidad; es decir, que su sensibilidad sea productiva, que a partir de ella cree objetos de contemplación estética e influya así sobre la sensibilidad de otros. Esta es una condición necesaria y con la cual el artista lleva a plenitud su sensibilidad, que no es meramente receptiva sino también y fundamentalmente creativa. Llegado a este punto, la obra ya no le pertenece: cobra autonomía y el espectador forma con ella su propia sensibilidad.
El 4 de enero de 1960, decidió retornar a París, antes que su esposa, con la que se acababa de reconciliar, y sus hijos. Habían pasado juntos unos días espléndidos, lejos del ruido de la política y de la fama, en un pequeño pueblo donde no sabían de premios Nobel pero sí de películas. Por ello, algunos pocos se animaron a importunar al amable y solitario extranjero, para que les firmase un autógrafo. Los más se irían a casa contentos por tener un autógrafo del conocido director de cine Mario Camus. Algún despistado, quizás, creería contar con la firma del mismísimo Humphrey Bogart. A él le divertían mucho esas confusiones. Mientras tanto, en París, una horda de aduladores de Sartre y de Stalin –esos que César Moro decía que se complacían con sus baños maría existencialistas– le exigían que aclarase su bando en el asunto de Argelia. Él, que era un francés en su tierra natal y un pied-noir en Francia, forjado por el sol del Mediterráneo antes que por cualquier ideología, decidió ignorarlos una vez más y enviar al periódico una columna agradeciéndole a la vida por Mozart. Esas serían sus palabras de despedida.
Suelen ser escasos los momentos en los que refulge esa asombrosa claridad, tan breve e intensa, que le hace a uno reconocer que todo está bien, que la vida –con sus Argelias y sus Sartres y sus accidentes de automóvil– no tiene culpas, que todo es exactamente como debe ser. Él no había tenido esa sensación desde hace mucho, agobiado como estaba por los reflectores del Nobel y por la vieja soledad en lo más profundo del alma. Habiendo empezado a escribir desde el silencio de su madre, decidió entonces, cuando no hallaba las fuerzas para salir de su propio silencio, volver sobre la ausencia del padre. "El primer hombre" era eso: una búsqueda del padre, o, mejor dicho, una búsqueda de sí mismo a través de la sombra paterna. ¿Cómo no iba a estar feliz, al haber concluido el borrador de esa obra, si ello significaba que había vuelto a encontrarse a sí mismo? ¿Cómo no iba a estar feliz, si esos breves instantes en que Sísifo había acabado de empujar su piedra eran recompensados con la calurosa cercanía de su esposa y sus hijos? ¿Cómo no estarlo si la sobria sensualidad y la intensa alegría de María Casares le esperaban con ansias en París?
Ese 4 de enero tenía a su costado a su mejor amigo, Michel Gallimard, que conducía su moderno Facel-Vega. Atrás, en su maletín, llevaba el borrador acabado de El primer hombre y su viejo ejemplar de La gaya ciencia de Nietzsche. Y adentro, en el corazón, tenía ¡por fin!, una vez más, esa felicidad pura que sólo conquista quien está dispuesto a ver a la vida de frente, y que la siente y la piensa y la ama con el amor desesperado y rebelde del artista. Sí, era feliz, porque todas las amenazas del mundo no pueden sino acentuar, en los mares internos y a la luz del fuego de la verdad, nuestro derecho a ser felices. Sí, era feliz, porque la felicidad no es un destino ultramundano ni un engaño de tontos; tampoco un lugar del pasado, ni un presente eterno, sino ese frágil instante en el que uno, sin ninguna reserva, acepta la vida. Sí, a pesar de la nada. Y a pesar de las muertes absurdas, como las de los accidentes automovilísticos. A pesar de todo, la vida siempre.
Hoy, 4 de enero de 2017, florece sobre la tumba de Albert Camus porque, pese a todo, la vida es. Hoy, 4 de enero de 2017, es preciso, quizás más que nunca, imaginar a Sísifo feliz.